DAVID ORTEGA – EL MUNDO – 26/11/16
· El autor lamenta que el sistema político que durante tantas décadas ha funcionado realmente bien, el Estado del Bienestar naciente tras la Segunda Guerra Mundial, hoy está en entredicho y no está sabiendo reaccionar.
No es fácil en la vida medir los tiempos, y menos en política, pero creo no errar mucho si la XII Legislatura que acaba de echar a andar se me antoja clave para el presente y futuro de los españoles y de sus políticos. ¿Por qué? Apuntaría básicamente tres argumentos.
Primero. Por los antecedentes que la preceden. Una XI Legislatura inexistente y fracasada, y una X Legislatura presidida por la mayoría absoluta del PP y con una crisis social que ha dejado a millones de personas seriamente mermadas en su calidad de vida. Es muy evidente que las cosas no pueden seguir por los mismos derroteros. No es discutible que en estos años de crisis la clase pudiente se ha enriquecido más de un 30%, mientras que las clases bajas y la clase media se han empobrecido de manera importante, más las primeras que la segunda. Sería una insensatez mayúscula seguir las políticas que han hecho que en España los ricos sean más ricos y los pobres más pobres. Esto es, simplemente, un país más desigual y eso es muy difícilmente sostenible, pues se puede acabar quebrando la paz social. No olvidemos que la estabilidad la da, principalmente, una clase media con un nivel adecuado de bienestar. Así sucede en todos los países desarrollados. Y la clase media española ha sido enormemente castigada.
Segundo. Los políticos y responsables públicos tienen que demostrar su eficacia. La democracia representativa y el funcionamiento de sus instituciones se basan en los resultados que se obtienen para el bienestar del pueblo, de la mayoría. Y hoy es bastante poco discutible el desencanto existente con los responsables de lo público, que afecta profundamente a la calidad de nuestra existencia (de nuestra sanidad, educación, dependencia, mayor o menor poder adquisitivo para disfrutarlo como queramos, etc.). De no ser así, si los representantes de la democracia representativa y sus instituciones no muestran su eficacia y capacidad de resolución cierta y real de los problemas, sucede lo que pasó hace algo más de un año en Grecia, lo que ha sucedido hace pocos meses en el Reino Unido (Brexit) y lo que acaba de pasar hace pocos días en Estados Unidos con el triunfo de Trump. Vamos a ver qué pasa en la próxima primavera con las presidenciales francesas y la candidata Marine Le Pen.
El pueblo desencantado busca otras opciones al margen de lo establecido, al ver que lo establecido no está funcionando. Creo profundamente que Tsipras no ha sido bueno para Grecia, como salir de la UE para los británicos o el triunfo de Trump para EEUU y el mundo, pero los datos están ahí. Algo está pasando y el sistema político que durante tantas décadas ha funcionado realmente bien, el Estado del Bienestar naciente tras la Segunda Guerra Mundial, hoy está en entredicho y no está sabiendo reaccionar y evolucionar. Hace apenas un siglo la democracia representativa pasó también por una profunda crisis, de la que salió fortalecida con el nacimiento de la moderna socialdemocracia y el desarrollo del Estado del Bienestar, que hoy parece está quebrando.
Éste es uno de los grandes retos políticos de la presente legislatura y no sólo para España, sino también para Europa y el mundo desarrollado. Las disfuncionalidades del sistema político, económico y social están haciendo lógicamente que éste se cuestione. La solución no es el populismo creciente, ahora hablaremos de él, sino las profundas reformas, que no rupturas, que el sistema tiene que adoptar. Y para ello el PP, el PSOE y Ciudadanos, como diría Ortega y Gasset, tienen que «estar a la altura de los tiempos».
Tercero. El papel desestabilizador de los nuevos populismos. Ya han sido muchos los avisos del nivel político mostrado por el líder de Podemos en España. Hay algunos datos preocupantes de su actuar político. Comenzó reventando conferencias a dirigentes en el campus de Somosaguas de la Complutense (caso de Rosa Díez) aunque luego exige respeto a él y a la institución universitaria cuando está al otro lado de la mesa, algo muy sintomático de la forma de proceder del personaje. Podemos práctica bastante la teatralidad en el Congreso de los Diputados, bebés que van a mamar, besos en la boca entre diputados, la «cal viva» del presidente González. Pero, incluso dentro de esta obsesión por el postureo y por llamar la atención, se permite barbaridades de tamaño preocupante por la falsedad que generan y expanden. Se puede afirmar que a uno no le gusta la Monarquía, cómo no, pero no se puede decir que al Rey le falta legitimidad, simple y llanamente porque no es cierto y lo saben –o debieran saberlo–.
Iglesias es profesor de Ciencias Políticas y, en teoría, hay que suponerle un mínimo de conocimiento de teoría política. Uno de los libros claves del siglo XX es El Político y el Científico de Max Weber, lectura obligatoria para cualquier estudiante de Políticas. No en vano, Weber es el sociólogo político más influyente del siglo XX y ésta, su principal obra. Pues bien, en ese libro queda demostrada la legitimidad política e histórica de la Monarquía, por lo demás, la institución política más antigua de la historia de la humanidad.
A mayor abundamiento, la legitimidad funcional del poder moderador del Rey, también lo debiera saber Iglesias, viene de una conocida conferencia pronunciada por Benjamin Constant en el Ateneo de París en el año 1819, tratando que las monarquías se adaptaran a los nuevos tiempos por venir, cosa que no hizo la monarquía francesa, pero sí la actual española. Es más, posiblemente el Rey Felipe VI tenga una legitimidad democrática indirecta, pues nuevamente Pablo Iglesias ignora que el 6 de diciembre de 1978, con un 87% de síes, el pueblo español apoyó la Constitución monárquica de 1978.
Pero lo más importante. Hoy dentro de los principales problemas de los españoles –según el CIS– no se encuentra ni de lejos el debate monarquía-república. Tenemos problemas mucho más serios y cercanos que ése. Además, entiendo que los políticos están para solucionar problemas, no para crear problemas que no existen.
Concluyo. Éste es un buen momento de cambio; es cierto que no estamos al margen de los mandatos de Europa, que marca con puño férreo, pero en Bruselas también hay que plantear este debate político de fondo. Es absurdo cerrar los ojos, vamos todos en el mismo barco, quizá en diferentes camarotes, pero en el mismo barco. Algo tiene que cambiar en las actuales instituciones para hacerlas más representativas, cercanas y eficaces, y demostrar que están con la mayor parte de la población para mejorar su calidad de vida. De no ser así, como siempre ha pasado en la Historia, tarde o temprano desaparecerán tal como hoy las conocemos.
David Ortega es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Rey Juan Carlos.