Funeral en La Zarzuela. Misa de corpore in sepulto por la democracia española, fallecida prematuramente el jueves 16 de noviembre de 2023, víctima de un atropello autoritario cometido por un aventurero sin escrúpulos y su banda de malhechores asociada. Pedro Sánchez prometía “por mi conciencia y honor”, dos cualidades de las que carece, cumplir con las obligaciones (…) y “guardar y hacer guardar” una Constitución que 24 horas antes había vendido a sus enemigos. La cara del Monarca, su gesto hierático, lo decía todo. Democracia atropellada, sí, pero también muerta “tras larga y penosa enfermedad” como reza la frase presente en tantas esquelas. En coma desde junio de 2018, aunque los síntomas ya eran alarmantes mucho antes, quizá desde la crisis financiera de 2008, con esa piedra miliar que fue la abdicación de Juan Carlos I en junio de 2014. Se crea o no en las conspiraciones, el rumbo de la nave varió drásticamente un 11 de marzo de 2004. Muchos lo intuyeron, pero casi nadie llegó a calibrar la importancia de aquel drástico, sangriento giro a babor. Aquella Constitución que idealizamos tanto llevaba en su seno el huevo de la serpiente. Lo vio venir con la clarividencia que dan los años José María Gil Robles en 1978. Además de no garantizar la libertad de enseñanza, la nueva norma fundamental tenía para el viejo líder de la CEDA dos grandes riesgos: el reconocimiento de las nacionalidades (“eso puede traer como consecuencia una serie de pretensiones de tipo secesionista”), y “unos mecanismos de relación entre los poderes del Estado que acabarán porque no exista en España una democracia, sino una partitocracia, es decir, el triunfo de los partidos políticos y de la minoría que los mangonea sobre una mayoría de diputados sumisos y transigentes, y de una opinión pública marginada”. ¡Bingo!
Entre la sangre de los trenes de Atocha (“Los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta”), el huevo de la serpiente parió un presidente que difícilmente hubiera llegado a jefe de negociado en un país serio. Mala persona, cínico consumado, uno de sus abuelos había sido fusilado en la Guerra Civil. Por los “nacionales”, se entiende. De los otros tres nunca nada se supo. Ahí empezó a romperse el gran pacto de reconciliación suscrito por “rojos” y “azules” tras la muerte del dictador, plasmado en la Constitución del 78. Todo pudo arreglarse con la mayoría absoluta lograda por el PP en noviembre de 2011, pero el maldito huevo de la serpiente, la maquinaria totalitaria de unos partidos reñidos con la democracia interna, el dedazo de Aznar, puso aquella gloriosa oportunidad en manos de un burócrata sin ideología, un tipo muy menor, un estafermo apellidado Rajoy. Nada sería comparable, sin embargo, con la aparición en escena de un buscavidas sediento de poder que, tras ser expulsado de la secretaría general del PSOE, lograría volver y tomar Ferraz al asalto para, desde allí, hacerse con la presidencia del Gobierno en junio de 2018. Las heces de esa partitocracia tantas veces denunciada han terminado por enterrar la democracia española.
Entre la sangre de los trenes de Atocha (“Los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta”), el huevo de la serpiente parió un presidente que difícilmente hubiera llegado a jefe de negociado en un país serio
Asistimos hoy al espectáculo de un país a la deriva manejado por un golfo a quien asiste una partida de delincuentes. España ha dejado de ser un Estado de Derecho. La amnistía convierte en papel mojado el texto constitucional. La jornada del miércoles 15 en el Congreso de los Diputados será recordada como una de las más ignominiosas, si no la que más, en casi 50 años de democracia. El día de la infamia. Durante cerca de dos horas, en la tribuna se explaya un tipo que disfruta tergiversando ideas, conceptos, valores. Se ve que se divierte, se jacta, fanfarronea. En cualquier sesión de investidura, en cualquier país civilizado del mundo, el nuevo presidente tiende la mano al candidato perdedor y promete gobernar para toda la ciudadanía. Ni una sola palabra aquí para la convivencia y la concordia. Sin problemas de conciencia, Sánchez apuesta por la fractura social y el enfrentamiento civil. Se trata de hacer imposible la coexistencia de los contrarios. Y en el éxtasis de su contoneo, el tipo fuerza la carcajada en una escena que debe haber ensayado un millón de veces ante el espejo, en un claro intento por desprestigiar al líder de la oposición. Y todo suena a huero, a falso, a impostado.
Pero, sesión de tarde, todo cambia cuando Rufián se sube a la tribuna. Y el “macarra” (diccionario de uso del español de doña María Moliner) de ERC le humilla al recordarle lo que todos sabemos: que no será sino un presidente títere, una marioneta en manos de sus socios separatistas. Y ahí se acaban las risas. Humilde, rendido, acollonado, escucha a Rufián. Y la cosa empeora cuando llega el turno de la portavoz de Junts, Míriam Nogueras. El vendedor de peines ha tratado de envolverla en lisonjas: “ampliar las fronteras de nuestra democracia”, “asegurar el progreso y la estabilidad de Cataluña”, “abrir una nueva esperanza”, pero cuando la chica sube al estrado y lee los puntos del acuerdo suscrito por PSOE y su partido, y le recuerda que te puedes meter por donde te quepa tu «perdón» y tu «tiempo de esperanza» porque esto va de otra cosa, esto va de que “som una naçió y Visca Catalunya Lliure”, se esfuma definitivamente la risita histérica del satrapilla, ahí se hace pis entero nuestro caudillito wapo, ahí se muestra tal cual es: un simple rehén, la cara afilada del cadáver sin maquillar, el gesto simplón del tonto de pueblo, del malvado sorprendido robando peras, aniquilado por la contundente realidad del vasallaje al que se ha sometido ante los enemigos de la nación de ciudadanos libres e iguales. El pánico en las filas socialistas es tal que el Clemenza de Don Corleone deja raudo su escaño y sale corriendo a entrevistarse con Nogueras, no vaya a ser que, que no, que sí, que Pedro cumplirá, que Pedro se bajará los pantalones hasta los zancajos. Hasta donde haga falta.
El pánico en las filas socialistas es tal que el Clemenza de Don Corleone deja raudo su escaño y sale corriendo a entrevistarse con Nogueras, no vaya a ser que, que no, que sí, que Pedro cumplirá
Será un presidente en libertad vigilada. Un tipo a quien sus socios pondrán contra la pared cuando les convenga. En realidad, el nuevo presidente del Gobierno de España se llama Carles Puigdemont. Hasta ahí llega la ruina de este antaño gran país que creímos orgullosamente independiente. La amnistía no aplacará ninguna tensión, no suavizará ninguna querella, no servirá de nada. Antes al contrario, acelerará el rumbo de colisión que las dos Españas llevan hacia el enfrentamiento civil. De nada sirvió la amnistía que la II República concedió en febrero de 1936. “Siendo inequívoca la significación del resultado de las elecciones a Diputados a Cortes (…) y tratándose de una medida de pacificación conveniente al bien público y a la tranquilidad de la vida nacional, en que están interesados por igual todos los sectores políticos, el Gobierno somete a la aprobación de la Diputación permanente de las Cortes el siguiente DECRETO-LEY Artículo único. Se concede amnistía a los penados y encausados por delitos políticos y sociales. Se incluye en esta amnistía a los Concejales de los Ayuntamientos del País Vasco condenados por sentencia firme. El Gobierno dará cuenta a las Cortes del uso de la presente autorización. Madrid, 21 de Febrero de 1936. El Presidente del Consejo de Ministros, Manuel Azaña Díaz”.
Con la diferencia de que esa amnistía sí figuraba en el programa electoral del Frente Popular, ganador de las elecciones del 16 de febrero del mismo año, a diferencia de este PSOE, cuyos dirigentes la negaron reiteradamente antes del 23 de julio. Aquel intento de apaciguar a quienes dos años antes habían protagonizado la revolución de Asturias a las órdenes de Largo Caballero, ese siniestro personaje a quien tanto admira nuestro bandarra, sólo sirvió para acelerar el deterioro de convivencia en España. Cinco meses después de aquella amnistía, España se veía abocada a una sangrienta contienda Civil. Tampoco ahora aplacará las ansias de un separatismo para quien toda concesión no es sino prueba de debilidad. Detrás de la amnistía vendrá el referéndum de autodeterminación. El canalla tratará de disfrazarlo con palabras y aspavientos, pero volverá a bajarse las calzas hasta donde sea menester. Su margen de maniobra es nulo. “Sánchez se ha quedado sin opciones parlamentarias para hacer la puta y la Ramoneta”, podía leerse este viernes en un digital separatista. “Ya no tiene ninguna mayoría alternativa a la que cogerse para hacer uno de sus famosos volantines. Necesita en todo momento, para cualquier votación, a los partidos que le han apoyado en la investidura. Dependerá para todo de sus socios catalanes. Los 7 votos de Junts son definitivos para su supervivencia”.
Detrás de la amnistía vendrá el referéndum de autodeterminación. El canalla tratará de disfrazarlo con palabras y aspavientos, pero volverá a bajarse las calzas hasta donde sea menester
Tiempo de ignominia. Comprar el apoyo de unos delincuentes a cambio de borrar sus delitos a cuenta de la “obsesión fisiológica” de un tipo por el poder, es un acto de corrupción política monumental que no avanza ningún futuro en paz para Cataluña y el resto de España, y que, además de aniquilar el Estado de Derecho, destroza la convivencia y siembra la semilla del enfrentamiento civil. Ya se está viendo. El desgarro cívico, incluso familiar, que el “procés” causó en Cataluña se ha extendido al resto de España. Hoy ya es imposible argumentar en contra de la amnistía con ese amigo, ese vecino, ese familiar que ha decidido encerrarse en el “muro” argumental socialista según el cual todo lo que haga Pedro va a misa. Fidelidad de siervo para asumir sus caprichos y felicidad de perro para celebrar sus “éxitos”. Acriticismo y rechazo absoluto al racionalismo discursivo propio de las sociedades deliberativas (Habermas) modernas. “La defensa de la amnistía ha envilecido a muchas personas cultas, gentes que han perdido su dignidad intelectual y esconden la cabeza, como el avestruz, cuando se les muestra la infame hemeroteca previa”, escribía ayer Juan Manuel Jiménez.
Sánchez ha hecho una renuncia expresa a la concordia y una apuesta clara por el frentismo. Obligado a rendir cuentas ante sus socios separatistas, el granuja volcará su resentimiento contra la España que no le vota y le discute su presidencia como ilegítima. Tiempos de vergüenza, con España inmersa en un proceso negociador sin precedentes, impulsado desde fuera del Estado y sometido al ya famoso “mecanismo internacional de verificación”. A merced de un mediador foráneo. Y tiempos muy duros, camino de esa República Bolivariana a la que nos conduce el socialcomunismo. Pérdida de libertades en lo político y aumento de la pobreza en lo económico. Presión insoportable sobre la empresa privada, aumento de las regulaciones, subida generalizada de impuestos y puesta en fuga de la inversión extranjera, lejos España del imperio de la ley. Toda una invitación para que las generaciones jóvenes mejor preparadas busquen su futuro en el exterior. El PSOE de Sánchez ha declarado la guerra a media España. Vienen con todo y a por todo. ¿Bajará los brazos, consumida por el desánimo, la nación de ciudadanos libres e iguales? Vale la interpelación de Gil Robles a Azaña en sesión parlamentaria del 15 de abril de 1936: «Desengañaos, señores diputados, una masa considerable de la opinión pública española que es, por lo menos, la mitad de la nación, no se resigna implacablemente a morir». Tampoco ahora lo hará, como ayer mismo puso en evidencia la multitud que se manifestó en Cibeles. Toca resistir. Resistiremos.