- Es difícil predecir en qué momento concreto España dejará de ser una democracia. Acaso lo haya dejado de ser ya
Sé que este artículo es reiterativo, pero mucho más reiterativa es la realidad, tantas veces ignorada, y, por lo tanto, tan necesario recordarla. Es esencial no errar el diagnóstico sobre la realidad social y política de España. Lo que vivimos, más exactamente padecemos, es la inversión del proceso de la transición que condujo a la democracia. Se trata de desmontar el sistema político. Si la transición fue el proceso que transformó el franquismo en una democracia, ahora se trata de transformar la democracia en un sistema frente populista. La pretensión es cambiar el resultado de la guerra civil. Los vencedores pasan a ser vencidos y los vencidos, vencedores. Es una especie de guerra civil incruenta. Por eso es fundamental la propagación de la mentira sobre nuestra historia reciente. El separatismo tiene que ser parte del bando victorioso. Naturalmente, esto entraña el final de la concordia, la democracia y la libertad. Pero se trata de un proceso, no de un acto político revolucionario. Y con apariencia de legalidad. El sistema democrático se va desmontando poco a poco, pero el final es claro e inequívoco.
Aquí cobra su sentido la necesidad de excluir a la derecha del ámbito político. Es la democracia (falsa) contra el fascismo (inexistente). Es curioso cómo la tarea de argumentar se ha vuelto innecesaria para la izquierda radical. Basta con apelar a la necesidad de detener a la derecha y a la extrema derecha. Ante cualquier debate político (cuando lo hay) no defienden la posición propia, sino el único «argumento»: detener a la derecha. Así, el objetivo de, por ejemplo, el cambio horario terminará siendo la urgencia de detener a la derecha. El eclipse de la razón de la izquierda radical parece total y definitivo.
Lo importante es la deconstrucción institucional y, más concretamente, la supresión paulatina de todos los mecanismos de control del poder, del único, del supremo, del absoluto: el gobierno. Solo hace falta abrir los ojos y mirar. La oposición es excluida y deslegitimada, pues es inmoral oponerse al bien absoluto. El Tribunal Constitucional ya se encuentra bajo el control del Gobierno y, en ocasiones, actúa como tribunal de apelación de las sentencias del Tribunal Supremo, cuando no se trata de un órgano jurisdiccional. El Ejecutivo pretende controlar a la Justicia y los jueces «díscolos» reciben presiones y amenazas. La propaganda invade la sociedad y la mayoría de los medios de comunicación son controlados por el Gobierno. Quien se opone o miente o es fascista. Educar es manipular. La historia deviene un acto de voluntad. Sucedió lo que me gustaría que hubiera sucedido. Los órganos consultivos dejan de ser consultados. Los funcionarios están obligados a cumplir las decisiones del Gobierno, pero no cuando se trata de actos ilegales o inconstitucionales. Sin tocar la Constitución, se la vuelve del revés y se la obliga a decir lo contrario de lo que dice. El caso de la ETA es sintomático. Queda integrada en el sistema, mientras el PP y Vox se consideran antisistema. En el Gobierno hay mentira y corrupción, pero mucho más que eso.
Todo esto ocurre día a día, pero muchos no quieren verlo. Los blandos ciudadanos de nuestro tiempo no quieren malas noticias en este «mundo feliz» del siglo XXI. La libertad se extingue, pero todo va bien. Incluso ya ha sucedido en algunos países, como Venezuela entre otros, pero aquí no va a pasar eso, no puede suceder. Tampoco importa que la estrategia no se esté improvisando, sino que se contenga en escritos que cualquiera puede leer. Pero ¿quién tiene tiempo? Los fundamentos ideológicos de esta estrategia destructiva se encuentran, entre otras publicaciones, en el libro de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe Hegemonía y estrategia socialista. Consiste en sustituir el fracasado socialismo clásico por un conglomerado de «nuevos movimientos sociales» como el feminismo, la ideología de género, el nuevo ecologismo y el indigenismo, entre otros. Por supuesto, la estrategia obliga a luchar contra la religión o, más concretamente contra el cristianismo. Para ellos ya no es el opio, sino el enemigo del pueblo.
Es difícil predecir en qué momento concreto España dejará de ser una democracia. Acaso lo haya dejado de ser ya. En cualquier caso, se trata de una democracia con freno y marcha atrás.