Jesús Cuadrado-Vozpópuli
Someterse a estos partidos significa que ningún compromiso socialista con sus electores se mantendrá en píe
El futuro del Fiscal General del Estado no lo decide el PSOE, está en manos de las minorías que dirigen a Sánchez, incluidos los presos de ETA. Este mal que corrompe la democracia española está diagnosticado por la ciencia política actual como “dictadura de minorías”. Para comprenderlo, no sirve la sintaxis obsoleta del bipartidismo. Con la moción de censura defendida por Ábalos en 2018, los socialistas lograron el poder gracias a una coalición negativa para gobernar sin ganar elecciones. Hacer de la necesidad virtud, lo llaman.
Sánchez no es un demócrata. Al oírle decir sobre su fiscal “ha hecho lo que debía hacer”, remitía a Richard Nixon, el mafioso del Watergate, contestando al periodista David Frost “cuando lo hace el presidente, significa que no es ilegal”. Ambos padecen la misma enfermedad: carencia de cultura democrática. Uno cayó y el otro está por caer. Sin el apoyo de lo que los autores de Cómo mueren las democracias denominan en su nuevo libro “dictadura de minorías”, el “doctor” ya estaría en su casa -o en la cárcel-.
Cuando Alfonso Guerra por el PSOE y Fernando Abril Martorell por la UCD revisaban a fondo la Constitución del 78 en los días previos a su aprobación, no podían imaginar que el Partido Socialista llegaría a subordinarse a partidos anticonstitucionales. Si hubieran pensado en esa posibilidad, con seguridad, habrían introducido cautelas en el texto para evitarlo. Aunque, como señalan los autores de La dictadura de la minoría (2024), “cualquier Constitución, por muy bien concebida que esté, puede ser utilizada para fracturar la democracia”. En ese riesgo estamos, y no está claro si el asalto a la España del 78 en marcha tendrá éxito o será derrotado.
Sumar cada voto de los enemigos declarados de la España del 78 es la fórmula del sanchismo. Ahora el Partido Socialista, que ha renunciado a un proyecto político propio, logrará presupuestos si les conviene a un diputado de Compromís o a seis de Bildu
Este modelo de degradación de las democracias liberales provoca no solo que gobiernen quienes perdieron, sino también que no tengan valor las ofertas comprometidas en los procesos electorales. A la luz de las investigaciones de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, los cambios de opinión normalizados en el sanchismo no deberían extrañar a nadie. Como las mentiras, son parte indisociable de lo que estos expertos definen como una dictadura de minoritarios. Someterse a estos partidos significa que ningún compromiso socialista con sus electores se mantendrá en píe. Cuando Sánchez dice “nunca, nunca…”, sabe que está mintiendo, y sus activistas mediáticos, también. Sumar cada voto de los enemigos declarados de la España del 78 es la fórmula del sanchismo. Ahora el Partido Socialista, que ha renunciado a un proyecto político propio, logrará presupuestos si les conviene a un diputado de Compromís o a seis de Bildu. Ese es el juego.
Lo que piensen los electores no importa. De hecho, cuanto mayor sea la (sobre)representación de las minorías, “tanto más probable será que la opinión mayoritaria se vea frustrada o ignorada”. A nadie deberían sorprender los resultados de tantas encuestas en las que los españoles se muestran masivamente en contra de las decisiones del Gobierno de Sánchez, sobre reducción de penas a etarras (65%), cupo catalán (68%), etcétera. Que el 60% de los electores se pronuncien a favor de un adelanto electoral nada importa a socialistas fanatizados.
La hipocresía del PSOE vasco
Existen antecedentes. Los tripartitos catalanes desde Pascual Maragall son un laboratorio para comprobar cómo el PSC-PSOE lograba la Generalitat a cambio de asumir el programa independentista. Hoy Illa lo borda. Se harta de hacerse fotos con el Rey para engañar a sus votantes constitucionalistas hasta con la persecución en las escuelas de su lengua materna mayoritaria. Aunque a cinismo ya le gana el jefe del PSOE vasco Eneko Andueza que intenta convencer a las víctimas socialistas de ETA sobre la bondad de ahorrarle años de cárcel a los asesinos de sus familiares.
De las dictaduras de minorías, el resultado en corrupción institucional es notable. Acaba de ganar el Nobel de Economía Daron Acemoglu, experto en la materia. En la calidad de las instituciones democráticas (Por qué fracasan los paíse”, 2012) y en la marginación de los partidos comunistoides (El pasillo estrecho, 2019) estaría la clave del éxito de las sociedades más desarrolladas e inclusivas. Justo lo contrario de lo que significa, en ambas categorías, el Gobierno de Sánchez, como pone de relieve un estudio reciente del BBVA: “La incertidumbre sobre evolución de la política fiscal es elevada en un contexto de inestabilidad institucional”.
En su próximo congreso de Sevilla, este PSOE será consagrado como simple auxiliar de partidos minoritarios. Sin remedio.