- Macarena Olona se baja al sur para pulverizar al socialismo, conseguir al menos 20 diputados y exigirle a Juanma Moreno sillones en la Junta. Un reto ambicioso
‘Prostituir la Cámara’ es una expresión que no se había pronunciado hasta ahora en el Congreso según consta en el Diario de Sesiones. La utilizó Macarena Olona, en su fiesta de despedida del Hemiciclo, para describir la poco honorable actuación de Meritxel Batet, quien retorció las normas de la Casa a fin de franquear a Bildu, ERC y otras excrecencias, las puertas de acceso a los secretos oficiales. La interpelada, tercera autoridad del Estado, se dio por ofendida y, como niña de parvulario, reprochó a su denunciante, con cínicos pucheritos, el que se metiera con ella porque, en ese recinto, «soy la única que no se pude defender». ¿Ah, no?. Tampoco podía cerrar el Congreso, según sentencia del TC, y lo cerró. Por dos veces. Tampoco podía permitir fórmulas infames de juramento por parte de parlamentarios golpistas y lo admitió. Decenas de veces. Tampoco debía consentir insultos y amenazas desde las filas del terror y se las engulló. Tampoco debía borrar del Diario expresiones democráticas de algún diputado sin su consentimiento, y las censuró. ¿No se puede defender.
La salida de Olona deja algo mudito al Congreso. Más mustio, más desguarnecido, más torpón, más en manos de la indignidad. Protagonizaba, junto a la silenciada Cayetana Álvarez de Toledo, los lances más vivos y desinhibidas con la bancada azul, que se echaba a temblar (así Yolanda Díaz, Nadia Calviño, o el menguante Fernando Grande Marlaska) cada vez que tomaba la palabra en las disputas de los miércoles. Las sesiones de control van a quedar reducidas a un tibio duelo de floretes blanduzcos sin el verbo ácido de estas dos damas de la derecha, expertas en el directo a la quijada y artistas en el gancho al higadillo de la pandilla basura del progreso.
Se va Olona de Madrid, entre el lagrimeo sincero de su jefe de filas parlamentario, Iván Espinosa de los Monteros, rumbo a la batalla andaluza, erizada de riesgos y alguna otra sorpresa. «Busquemos únicamente lo que es alcanzable», aconsejaba Bentham. A ver. Sondeos y análisis le auguran un resultado brioso antes incluso de que haya arrancado la contienda. Es un presagio molesto porque lo peor ante un combate es que te asignen el papel de favorito. Cierto que no parte Olona como la aspirante más firme a la victoria el 19J. Lo de Abascal («se le está poniendo cara de presidenta») no pasó de ser una broma cariñosa. Tiene, sin embargo, el reto de consolidar una plaza en la que Vox mostró por vez primera su perfil de fuerza protagónica en el espectro de la derecha nacional. Doce escaños sacó de la nada. Un sorpresón descomunal que permitió el vuelco andaluz y la defenestración de cuarenta años de corrupción. La demoscopia sitúa ahora el listón de Olona por encima de los veinte diputados. Un reto ambicioso, quizás inalcanzable. Antes del ‘efecto Feijóo’, se daba por hecho. De ahí la sonrisa permanente de la diputada de Vox cuando se le mencionaba su nuevo cometido. Las cosas han cambiado mucho.
No parece un reto imposible si se piensa, por ejemplo, que en las últimas generales del 10-N, Vox se quedó a diez mil votos del PP y a tan sólo tres diputados de distancia
Olona tiene que sobrepasar esos veinte escaños para que en la noche del 19-J pueda salir ante los suyos con gesto ganador. Y, sobre todo, para poderle reclamar a Juanma Moreno una vicepresidencia en la Junta, amén de unos cuantos sillones en su Gobierno. Es decir, para lograr lo que ese desconocido Gallardo consiguió en Castilla y León. No parece un reto imposible si se piensa, por ejemplo, que en las últimas generales Vox se quedó a diez mil votos del PP y a tan sólo tres diputados de distancia. Y que en las últimas andaluzas, el PP cosechó el peor resultado de su historia, y, aun así, logró formar Gobierno gracias al respaldo de Ciudadanos, que ha actuado como socio silente y leal.
Tres factores conspiran a la hora de complicarle el venturoso futuro a Macarena Olona. Primero: La gestión del gobierno del PP no sólo está resultando eficaz sino que ha logrado el prodigio de recibir el aplauso mayoritario de una sociedad férreamente ahormada en la cultura de la izquierda. Segundo: Juanma Moreno, lejos de resultar insípido y anodino como se pensaba, ha alcanzado la categoría de político valorado y apreciado, que infunde confianza y hasta despierta la simpatía de más del 50% del electorado socialista, lo que roza las lindes del milagro. Hay sondeos que le sitúan ya por los 45 escaños, una veintena más de los que tiene ahora. Y tercero, el sanchismo ha herido de muerte al PSOE allá donde se presenta. Lo ha laminado, triturado, despiezado. Madrid, País Vasco, Galicia, Castilla y León. El PSOE no ha ganado ni una sola cita con las urnas de las últimas celebradas a nivel regional, salvo en Cataluña donde venció pero no gobernó. Sánchez es un elemento tóxico, un factor dañino, un monstruo espantavotos.
O lo que es peor, el haber malgastado una pieza que era fundamental en Madrid. Nadie duda de que Olona es ahora mismo la segunda figura de su partido tras la preponderancia incuestionable de Abascal
La candidata de Vox tiene un tirón muy potente. Es diputada cunera por Granada pero su habilidad para acercarse a la calle y enfundarse en lunares y faralaes la han convertido en una andaluza de Alicante. Un genuino producto de la tierra. Se ha paseado durante un año por esa comunidad donde se la respeta y admira. Ahora le toca entrar seriamente en campaña. El objetivo es claro: lograr los votos necesarios para poderle reclamar a Moreno la entrada en la Junta. No vale «hacer un Monasterio» al estilo de Vox en Madrid. Aquí se le va a exigir tocar sillones, controlar poder y presupuesto. Lo contrario sería algo parecido a una derrota. O lo que es peor para su partido, el haber malgastado una pieza que era fundamental en Madrid.
La victoria de la derecha está asegurada en Andalucía. La mayoría absoluta, 55 escaños, también. Algunas versiones, sin duda etílicas u opiáceas, apuntaban que la irrupción de Olona en la tierra de María Santísima agitaría la bipolarización y el frentismo e incluso despertaría al electorado socialista, desganado e inerme ante el derrumbe de su formación y el escaso atractivo de su candidato, un Juan Espadas. Susana Díaz fue derrotada por la política entreguista de Sánchez a los separatistas catalanes. Ahora los socialistas sufrirán una derrota sin precedentes en lo que antes era su cortijo inexpugnable, por el rechazo andaluz a votar a Bildu, es decir, al PSOE. Emparejarse con los predicadores del crimen, los apóstoles del delito, pasa factura.
Olona se despidió del Congreso con una actuación memorable, marca de la casa. La prostitución y eso. La diputada de Vox Piensa con Bierce que ‘»la felicidad proviene de disgustar a los malvados». El problema es que ahora le toca disgustar al PP. Una especie de encerrona sin salida fácil. Algo se le ocurrirá.