ABC 12/06/17
JUAN MANUEL DE PRADA
· Actuar cuando el separatismo «pase del anuncio a los hechos» es, en efecto, una estrategia claramente perdedora
AFIRMAN desde el Gobierno que tienen una «estrategia clara» contra el separatismo catalán; aunque a mí se me antoja una estrategia claramente equivocada. El ministro portavoz me lo ratifica al anunciar que, cuando los separatistas «pasen del anuncio a los hechos, el Gobierno actuará». ¡A esto se le llama ir a rebufo del contrario! Como cualquier esgrimista sabe, nada hay menos acertado que ceder la iniciativa al oponente; porque eso nos obliga a asumir las posturas y contorsiones que nos impone su ataque, y nuestra esgrima se convierte en una defensa desesperada. Leonardo Castellani, con gran perspicacia, señalaba que esto fue lo que la Iglesia hizo ante la protesta luterana; y desde entonces, la Iglesia no hizo sino protestantizarse patéticamente, asumiendo premisas y presupuestos completamente ajenos a su tradición que la fueron minando y desvirtuando desde dentro, hasta su eclipse actual.
Actuar cuando el separatismo «pase del anuncio a los hechos» es, en efecto, una estrategia claramente perdedora. Los «anuncios» separatistas crean expectativas populares que, al frustrarse, se transforman en rabia y malquerencia; y esa rabia y malquerencia de los catalanes es, precisamente, lo que el separatismo anhela, fomenta y mima (porque ahí, precisamente ahí, está su fuerza). Los separatistas saben bien que el anunciado referendo de independencia no tendrá efectos legales; saben perfectamente que no obtendrá reconocimiento alguno en ningún foro internacional. Pero saben también que la reacción tardía del Gobierno creará mayor rabia y malquerencia hacia España; saben que exacerbará hasta el paroxismo esos sentimientos aciagos.
No entraremos en este artículo a detallar todos los errores cometidos por los sucesivos gobiernos que han robustecido el separatismo, permitiendo que su veneno se instile, desde la más tierna edad, en sucesivas generaciones de catalanes; porque sería tanto como llorar sobre la leche derramada. Todos esos errores han seguido siempre la pauta de actuar a rebufo de las iniciativas del enemigo: a veces, engolosinándolo con sobornos y halagos que no hacían sino alimentar su voracidad; a veces, propinándole desdenes y mojicones que el separatismo siempre supo presentar como desdenes y mojicones dirigidos contra el pueblo catalán. Pero siempre, infaliblemente, cayendo en la trampa de responder a la iniciativa del enemigo, asumiendo sus premisas, adoptando posturas de defensa forzadas por la postura atacante previamente adoptada por el enemigo (lo que a la postre convertía esas posturas de defensa en patéticas contorsiones). Cuando lo que hay que hacer es exactamente lo contrario.
La estrategia más clara consiste en actuar como si el separatismo no existiese. No aceptarlo como interlocutor, no escuchar sus monsergas, no salir al paso de sus iniciativas torticeras y victimistas. El Gobierno debe emplear todos sus recursos en dirigirse al pueblo catalán, presentándole una alianza cierta, vigorosa y comprometida que tenga más fuerza que la «metodología del odio» del separatismo. No es una tarea fácil, porque por indolencia, lenidad, perfidia o mera codicia han sido muchos los gobiernos que han permitido que el separatismo se hinchase como un sapo en celo; y, además, España está más sucia y desgreñada que nunca, deshonrada y esquilmada por trapaceros, aborrecible y fétida como una charca de aguas fecales. Tal vez habría que empezar por limpiar España de inmundicias para hacerla deseable a los catalanes; pero, desde luego, actuar a rebufo de las iniciativas separatistas sólo servirá para que entre los catalanes crezcan la rabia y la malquerencia hacia una España cada vez más aborrecible.