EL MUNDO 26/06/14
ARCADI ESPADA
Mi amigo Félix me escribe una carta cariñosa y melancólica. Este párrafo: «En cuanto a lo de Cataluña, cada día estoy más persuadido de que eso se perdió. No sé lo que saldrá, qué engendro nacerá, pero aquel trozo de tierra ya nunca será como antes.» Por un momento me quedo pensativo, como siempre que se plantean estos matrimonios entre el tiempo y el yo. ¿Realmente conocimos Félix y yo una Cataluña distinta? ¿O ya somos nosotros los distintos? Pero al fin creo que mi amigo tiene razón. Sí, hubo algo que se perdió. Cataluña quizás tenga una dimensión más confusa, inabarcable. Pero creo que es seguro que hubo una Barcelona que se perdió, y que Félix y yo –más él que yo– la conocimos. La ciudad que fue, como tituló FJL su hermoso y verídico libro de memorias. Y también creo que, en efecto, ya nada volverá a ser como antes.
En Cataluña y en el resto de España hay muchas personas que luchan contra el nacionalismo y que tratan de que sus pésimos planes segregacionistas no se cumplan. Pero esa lucha está motivada tan solo por la ideología. Es una lucha en defensa del Estado de Derecho y de la libertad y de la igualdad de los ciudadanos. Parte de la base radical, y elemental, de que unos ciudadanos no pueden tener más poder que otros a la hora de decidir la alteración de las fronteras del Estado del que todos forman parte. Y declara que de ninguna forma pueden salirse con la suya aquellos que encarnan la idea más destructiva de la Europa moderna. La lucha está garantizada y llegará, exactamente, hasta el punto que los nacionalistas quieran llegar. Pero esta resolución incuestionable no oculta un fondo de violenta tristeza: la ley ganará el combate, pero aquella Cataluña, ¡libre!, no volverá, al menos en el tiempo de las vidas de los que van a luchar.
La fabricación masiva de extranjería es una de las consecuencias más dramáticas de cualquier proceso nacionalista. Y ya se verifica en Cataluña, con una potencia realmente perturbadora y unos resultados ciertamente paradójicos. A los ojos de los que no comparten el proyecto nacionalista Cataluña ha quedado en manos de una suerte de extranjeros morales que han destruido fundamentos preciosos, éticos y estéticos, de lo que hasta ahora había sido la convivencia entre los catalanes. Una rara invasión endógena. No pueden ni deben vencer. Pero en lo que pueda tener esta lucha de asunto personal e intransferible nuestra derrota está igualmente garantizada.