Así ha sido hasta que llegó hace diez años el Pacto de Lizarra en el que el PNV y EA sellaron un acuerdo con ETA. No es casual que Ibarretxe haya querido solapar con la consulta una fecha, el 25 de octubre, de tan marcado perfil autonomista. La radicalidad del PNV ha tirado por la borda el reconocimiento de veintinueve años de funcionamiento autonómico.
La fecha del 25 de octubre como día para la celebración de la polémica consulta de Ibarretxe no está, aunque no lo parezca, elegida al azar. Tan empeñado ha estado el lehendakari con su ‘hoja de ruta’ que el día señalado para su convocatoria podría parecer casual. Quienes no recuerdan la trayectoria de nuestra historia antes de que el pacto entre nacionalistas rompiera con el consenso democrático, no han caído en el calendario. Otros, quizás, prefieren no hurgar en la memoria y no recuerdan que antes de que llegara Ibarretxe a presidir el Gobierno vasco, había gestión transversal, funcionaba el pacto antiterrorista y se conmemoraba el 25 de octubre como recordatorio de la aprobación del Estatuto de Gernika.
El caso es que esa fecha, la del 25 de octubre, además de los posibles lamentos del Gobierno vasco en el caso de que la Justicia impida la celebración del referendo y de dar por iniciada la cuenta atrás del curso electoral que se nos viene encima, ha sido una fecha para celebrar. Así ha sido hasta que llegó, hace diez años, el Pacto de Lizarra en el que el PNV y EA sellaron un acuerdo con ETA. Y se ha venido celebrando por la fuerzas constitucionalistas por la sencilla razón de que ese mismo día de 1979, gracias al Estatuto de Gernika, se ponían en marcha, hace 29 años, las instituciones autonómicas en el País Vasco que han dado sentido a toda la arquitectura política de una comunidad que recuperaba su esencia gracias a un acuerdo que sintetizaba el reconocimiento de los derechos históricos, las normas forales y el futuro autonómico. Fue una fecha histórica que tantas veces se ha reconocido en torno al árbol de Gernika, que ha formado parte de nuestra memoria y que ahora está a punto de quedarse en el rincón del olvido.
El triunfo de los más radicales de la familia nacionalista ha tirado por la borda el reconocimiento de veintinueve años de funcionamiento estatutario. Por eso no es casual que Ibarretxe haya querido solapar, con la consulta, una fecha de tan marcado perfil autonomista. Porque los nacionalistas de Egibar, desde que iniciaron su sendero hacia la radicalidad, no mostraron el menor interés por seguir en el cauce estatutario, prefiriendo fortalecer el bloque nacionalista.
Ahora, como excusa para argumentar su decepción por el incumplimiento estatutario, reclaman las transferencias como una táctica inevitable. Saben que si reivindican la cesión de la Caja única de la Seguridad Social se crea un problema de enfrentamiento con otras comunidades, además de provocar una inviabilidad del sistema de pensiones. Pero hace ya mucho tiempo que dieron la Carta de Gernika por amortizada. Si miramos hacia atrás sin complejos y sin olvido, habrá que recordar que el 25 de octubre, antes de que llegara Ibarretxe a Ajuria enea, existió, se celebró y conmemoró con todos los honores por parte de quienes llegaron a apostar por una autonomía política y financiera tan fuerte como lo es ahora Euskadi.
Por eso, el hecho de que el PNV esté cumpliendo sus diez años de Pacto de Lizarra le sitúa en una radicalidad encabezada por el lehendakari de la que les resulta francamente difícil apearse. Es cierto que se han producido leves movimientos de distanciamiento crítico de algunos dirigentes más moderados y pragmáticos, pero la dependencia electoral de este año no les permite más que desmarques en privado, lejos de los micrófonos.
Dentro de pocos días el Tribunal Constitucional tendrá que resolver el futuro de la consulta de Ibarretxe y su Gobierno. A partir de ahí empezará la campaña más victimista de las que haya podido protagonizar el nacionalismo en el caso de que la Justicia pare esa iniciativa, aunque ni al presidente del EBB se le escapa que el discurso victimista ha tocado ya su techo de movilización. De la misma forma que también sabe Urkullu que si Ibarretxe sigue tirando de la cuerda, el PNV estará sometido a unas contradicciones que le pueden pasar factura en las urnas. Es en esa perspectiva electoral donde se sitúa ahora el centro de atención del PNV, que no acaba de fiarse del futuro que le vaya a deparar al entorno del mundo de ETA en los comicios autonómicos.
El ex portavoz de Batasuna, Otegi, ha vuelto a insistir, nada más salir de prisión, en su apuesta por el diálogo. Es decir, nada nuevo dirigido a la dirección de ETA que es lo que en el fondo esperan, todavía, algunos dirigentes socialistas. Su invocación a la negociación fue cortada públicamente por José Blanco, pero la reflexión de Ramón Jáuregui sobre su deseo de que algunos portavoces de Batasuna pudieran desgajarse del núcleo terrorista ha puesto en jaque a los estrategas de Sabin Etxea que temen, en ese mensaje, una posible jugada para que se cuelen nuevos herederos de Batasuna en las listas y arrebatarle, así, la fuerza de unos votos independentistas que, en principio, podrían ir a parar al PNV.
Todavía queda mucho curso por delante. En cuanto al futuro de Otegi, además de haberse encontrado con una organización mermada a la salida de la cárcel, se entiende su cautela porque tiene cuatro causas pendientes. El socialista Blanco le ha dejado un encargo en el escaparate: que convenza a ETA. Mucho tendría que cambiar el ex dirigente de Batasuna para dar visos de autoridad sobre una organización a la que ha estado disciplinadamente sometido.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 1/9/2008