La necedad siempre es atrevida. Resulta devastadora cuando se la jalea. Populistas y neocaudillistas han decidido reprobar la festividad del 12 de Octubre con tres acusaciones falsas: aducen desde su inquietante infantilismo que constituye una apología del franquismo, del militarismo y del colonialismo. El populismo se nutre de la división, de generar espacios de fricción artificial despreciando los matices y abusando de la descontextualización. Su objetivo último es la sustitución de las liturgias y símbolos que cohesionan las sociedades por unos nuevos de carácter excluyente.
El 12 de Octubre es Fiesta Nacional desde 1987, o sea, desde la tercera legislatura constitucional. En otras épocas anteriores también lo fue, si bien su origen la exonera de los cargos que se le imputan. En 1792, la expedición científica del malhadado Alejandro Malaspina se encontraba en mitad de su vuelta al mundo. Cuando aprobó el viaje, Carlos III quiso establecer paralelismos entre el gran proyecto del italiano y el descubrimiento de América. Malaspina partió ya bajo el reinado de Carlos IV.
Como señala el historiador Edward Baker, «no se puede afirmar que aquel acto constituyera la celebración del tercer centenario de la travesía de Colón». No obstante, se puede considerar una conmemoración protocentenarial. La festividad del 12 de Octubre cayó en el olvido hasta un siglo después.
Al filo del Romanticismo, en 1888, en vísperas de consumarse el naufragio espiritual de España, urgida entonces por tres problemas emergentes –la cuestión social, el nacionalismo y el autonomismo en las colonias–, Sagasta nombró la comisión del Cuarto Centenario del Descubrimiento, en la que se integraron los ministros de Estado, Fomento y Ultramar. Estados Unidos ya había celebrado el tercero.
Con un siglo de retraso, España quiso competir con el despliegue y la feria internacional que proyectaban los norteamericanos para celebrar el Columbus Day, impulsado por sus emigrantes italianos. Luego Cánovas continúo los trabajos preparativos. Se creó la revista El Centenario, al frente de la cual se situó el escritor Juan Valera –que había vivido en Argentina, país que va a completar nuestro relato–.
Ya en 1892 se barajó un proyecto de ley para declarar la fecha Fiesta Nacional. Los actos que rodearon al 12 de Octubre tuvieron un carácter académico e intelectual. Por ejemplo, el Ateneo de Madrid organizó un ciclo de 50 conferencias. Asimismo, la reina clausuró en La Rábida el IX Congreso de Americanistas. No obstante, el día «transcurrió bajo la indiferencia popular».
En 1913, el conservador Rodríguez Sampedro, en calidad de presidente de la Unión Iberoamericana, propuso ese día como Fiesta de la Raza. Buscaba estrechar los vínculos entre países y culturas de ambos lados del Atlántico. Su idea no cayó en saco roto. La rescató el presidente argentino, el cívico-radical Hipólito Yrigoyen. En 1917, por primera vez un país declaró el 12 de Octubre Fiesta Nacional.
Al año, el Gobierno español imitó al argentino. En ningún caso se buscaba una fecha de rememoración fundacional de la nación, ni de exaltación patriótica. Para eso estaba el Dos de Mayo, fiesta oficializada –intermitentemente– en 1814.
Durante la Segunda República se declararon tres fiestas oficiales en España: el Dos de Mayo, el 12 de Octubre y el 14 de Abril. Cita la historiadora Lara Campos al presidente de la República, Alcalá-Zamora, quien, desde su exilio, afirmó que estas tres efemérides representaban mejor al «pueblo español y la democracia española (…) que todos tenemos la esperanza, la probabilidad de ver».
Explica Campos que el 12 de Octubre «llegaba al periodo republicano con una gran riqueza interpretativa, fruto de las reflexiones sobre el hispanismo y la hispanidad» elaboradas en los años previos. En otras palabras, la fiesta sufrió un proceso de intelectualización decisivo en su conceptualización: se celebraba el hermanamiento entre pueblos y culturas hispánicas.
El único debate que se abrió durante el primer tercio del siglo XX fue sobre su denominación: Fiesta de la Raza o Fiesta de la Hispanidad. Miguel de Unamuno ya introdujo el término y Ramiro de Maeztu y el sacerdote Zacarías Vizcarra solicitaron el cambio de nombre, que se produjo antes de la Guerra Civil. Franco sólo le imprimió un significado militar en 1939. De hecho, aunque se celebraba cada año, no fue hasta el año 1958 cuando se sancionó como Fiesta Nacional de la Hispanidad.
Por último, la cerrazón populista censura la naturaleza imperialista del descubrimiento y reivindica el indigenismo denunciando los abusos cometidos por los españoles en América. Descontextualizan e ignoran que Fernando el Católico aprobó, a instancias del dominico Fray Antonio Montesino (Fray Antonio de Montesinos), las Leyes de Indias, que, en dos tandas –Burgos, 1512; y Valladolid, 1513–, forjaron la primera legislación socio-laboral de la Historia.
Años después, Relecciones sobre los indios, de Francisco de Vitoria, fue considerada la «Carta Magna de la libertad de los nativos». Asimismo, podrían arremeter contra Bartolomé de las Casas, pero para ello tendrían que recurrir a Ramón Menéndez Pidal. Y eso es mucho pedir. Es mucho más cómodo prescindir de los matices.