José Antonio Zarzalejos-EL Confidencial
Con Iglesias al frente de UP no habrá tercera oportunidad de investidura sino «otras vías» o elecciones en noviembre
La política española registró uno de sus peores siniestros el pasado jueves. No solo por el fracaso histórico de la izquierda, sino porque el generalizado cutrerío parlamentario permitió que dos representantes de partidos políticos que defienden proyectos de dilución del Estado —EH Bildu y ERC— se convirtiesen en convincentes referencias dialécticas y tácticas tanto para el PSOE como para Unidas Podemos. La comparecencia de Gabriel Rufián y de Mertxe Aizpurua —independentista catalán aquel y vasca esta—, minutos antes del comienzo del pleno en el que naufragó la candidatura de Sánchez, desnudaron la vacía realidad de los dos partidos que se autodenominan «progresistas» e hicieron enrojecer a sus militantes, electores y cuadros más conscientes.
Gabriel Rufián —protagonista de una reconversión digna de una glosa literaria y hasta poética— no solo zahirió, bajo la mirada satisfecha de Aizpurua, la «irresponsabilidad» de los dos partidos de la izquierda española, sino que, además, tuvo la perspicacia de anticipar la «muerte política» de sus líderes si, como luego ocurrió, fallaba la investidura y seguíamos sin gobierno. Al tiempo, el republicano anunció que en septiembre, que en el otoño, él y su partido ya no serían como ahora en este tórrido verano. Las complicaciones del calendario impedirán, advirtió, el papel que ERC ha desempeñado en estas sesiones haciendo contrapunto a JxCAT y ofreciendo facilidades —mediante su abstención— a la presidencia de Sánchez.
Pero la humillación que produjo en muchos ámbitos la intervención de esa dupla de políticos subversivos, cuyo objetivo es tumbar el sistema constitucional de 1978 aunque parecieran hablar como sus adalides, no debería eludir la certeza de sus palabras y pronósticos. La izquierda ha fracasado, aunque el PSOE lo ha hecho por unas razones y Unidas Podemos, por otras. Sánchez nunca se enfrentó a la realidad, a su realidad, que consistía en lo intolerable que le resultaba una coalición con Unidas Podemos. Y en vez de haber explicitado la imposibilidad del cogobierno con Iglesias y los suyos, centró el rechazo en la persona del líder morado que, tras un tramposo paso atrás, ha desarrollado una estrategia vengativa revolcando en el fracaso por segunda vez al secretario general socialista.
La izquierda ha fracasado, aunque el PSOE lo ha hecho por unas razones y Unidas Podemos, por otras. Sánchez nunca se enfrentó a la realidad
Sánchez debió rechazar a Podemos evitando la treta de vetar a Iglesias creyendo que así eludía la coalición. Cuando se dio cuenta de su error, ya era tarde y solo la torpeza —mezcla de resentimiento e ignorancia— de Pablo Iglesias evitó, al mismo tiempo, su investidura y la coalición. Si de arrepentimientos se tratase, el líder morado no sabe de verdad la barbaridad política que ha consumado. Porque además de cuartear la cohesión de su grupo parlamentario confederal —ni mucho menos su gestión de la investidura recaba el apoyo de los 42 diputados—, Iglesias ha condenado a UP a una penosísima travesía por el desierto de la crisis. Una vicepresidencia social y tres ministerios le habrían reportado tal cúmulo de ventajas —algunas se las explicaron Rufián y Esteban— que desdeñar la oferta de Sánchez ha sido una imprudencia temeraria. No tendrá tercera oportunidad, tras la del jueves pasado y la de marzo de 2016, como dejó claro Sánchez el jueves en Telecinco y, ayer, Carmen Calvo tras el Consejo de Ministros. Habrá «otras vías» (PP, remotamente Cs) o elecciones en noviembre.
Iglesias se merece la jubilación. O, en otras palabras «la muerte política». Porque la propuesta socialista que tuvo en sus manos y rechazó, de haberla aceptado, hubiese cambiado por completo las perspectivas de su organización, fracasada en los comicios del 28 de abril y del 26 de mayo. Es verdad que ha logrado que Sánchez no asuma la presidencia del Gobierno, pero el precio de esa venganza —¿qué diferente denominación merece su comportamiento?— comporta otro mucho mayor para él y para UP. Ni en sueños un partido mermado en el Congreso y prácticamente desparecido en la política autonómica y municipal puede rehusar una vicepresidencia y tres ministerios por limitadas que fueran sus competencias —que no lo eran— porque además de gestión política proporcionan visibilidad, jerarquía, formación de cuadros en la Administración General del Estado, y, sobre todo, experiencia de gobierno.
Iglesias no es solo un personaje tóxico para los suyos. Lo es también para la izquierda en España a la que aporta un comunismo camuflado de populismo demagógico. Y lo es para el sistema constitucional al que apela, pero siempre para fragilizarlo con una interpretación distorsionada de sus propósitos y de su espíritu. Con él al frente de Unidas Podemos, no habrá segunda vuelta de investidura en septiembre, sino elecciones el 10 de noviembre con resultados muy problemáticos —más aún de lo que lo fueron el 28 de abril— para su organización. Los jefes de las corrientes de la fuerza política, que (mal) lidera Pablo Iglesias, tendrían que razonar desde la lealtad a un propósito y no al caudillo que ha sucumbido, quizás ignorante, quizás resentido, a sus más estériles pasiones.