Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
La moción de censura o como se llame el espectáculo que vivimos en el Congreso dejó tras de sí un aroma de cansancio y hartazgo, mezclado con una enorme frustración. Mientras el presidente chino Xi y el autócrata ruso Putin decidían nuestro futuro en su encuentro y mientras los bancos centrales de medio mundo trataban de reflotar al sistema bancario, antes de que se produzcan más hundimientos, aquí en España nuestros dirigentes políticos pasaban el día entretenidos en lanzarse insultos, en hacerse desplantes, en recriminarse mutuamente los mismos errores y en proclamar a los cuatro vientos su inoperancia, en mostrar su falta de capacidad y en insistir en aburrirnos a todos al repetir, una y otra vez, un sainete que carece por completo de gracia. ¿No les es suficiente con tener el país plagado de problemas para los que carecen de solución, no les avergüenza perder su tiempo y hacérnoslo perder a los idiotas que seguimos el debate, ‘por imperativo legal’?
Ramón Tamames es un hombre de Estado que mantiene una cabeza privilegiada, pero no es hoy –quizás sí lo fue ayer–, el hombre adecuado para una moción de censura que haga honor a su nombre. Él lo sabía, el partido que le propuso lo sabía, como lo sabían quienes le contestaron ayer, la mayoría de ellos sin el mínimo respeto que imponía su diferencia de estatura mental. Como también sabía él, quienes le propusieron y todos los que subieron a la tribuna que Pedro Sánchez es indiferente a la verdad e inmune a la realidad. Él sabe lo que tiene que decir para contentar a quienes desea contentar y lo dice. De hecho lo dice muy bien. El resto le resbala a lo largo de su dura piel de elefante.
Es muy probable que una mayoría de españoles esté de acuerdo con la mayor parte de las cosas, más que sensatas, que dijo Tamames. ¿Y eso qué importa? En España hace tiempo que en el debate político hemos aparcado la razón y orillado el sentido común, incluso hemos abandonado la educación y los buenos modales. Gritamos todos y no nos oímos ninguno. Solo quedó clara una cosa. Sánchez nos la aclaró: el PP es un traidor porque sospecha que se va a juntar tras las elecciones con la extrema derecha que propone cambiar algunas leyes mediante los procedimiento establecidos para cambiar las leyes. Pero él es un gran estadista porque gobierna con la extrema izquierda, con los antisistema, con quienes no creen en el espíritu de la Transición que añora Tamames, con quienes ahuyentan a quienes crean riqueza y empleo, con el independentismo sección irredento y el independentismo, facción intransigente, con los equidistantes entre Ucrania y Rusia y con quienes idolatran a Hugo Chavez y a los hermanos Castro. Cuenta, eso seguro, con el voto de ‘Txapote’, pero no se equivoque, otros muchos también le votarán. Así están las cosas.