Ignacio Camacho-ABC
- El de Irán e Israel no es un conflicto entre sionismo y antisionismo sino entre la sociedad abierta y sus enemigos
Como enseñaba el periodismo clásico, el de antes de que la revolución digital cambiara las claves, vamos a poner la conclusión por delante: si hay una guerra con Israel por medio, un servidor espera y desea que la gane. Por supuesto es preferible que no la haya, pero salvo para un cierto pacifismo modelo Miss Universo es evidente que no vivimos en un mundo perfecto y que cuando las cosas se ponen feas ni siquiera es fácil distinguir entre malos y buenos. A menudo se vuelve complicado defender al Estado judío, que aunque asistido de muchas y buenas razones comete inaceptables excesos y tiende a solucionar los conflictos venciendo por aplastamiento. Sin embargo, sólo los hebreos conocen de verdad la dificultad de sobrevivir en el polvorín de Oriente Medio. En Occidente las casas no necesitan búnkeres donde protegerse de los bombardeos. Y desde nuestra burbuja de confort, los europeos solemos olvidar el valor geoestratégico de una democracia obligada a resistir tras un muro de hierro.
Ahora, el análisis. La cuestión cenital de esta crisis consiste en determinar su alcance. Es decir, en saber si el objetivo de la invasión del Líbano es acabar con Hizbolá o quedarse. Los movimientos israelíes, con varios frentes simultáneos de ataque, recuerdan demasiado a los de la guerra de los Seis Días, y el despliegue de recursos tecnológicos y militares indica que sus tropas llevan años preparándose. La ‘razzia’ antisemita de Hamás, de la que está a punto de cumplirse el primer aniversario, parece haber servido de factor desencadenante de una estrategia de ofensiva completa, a la vez y en todas partes, contra los satélites terroristas que Irán provee de armas y elementos operativos y estructurales. Una respuesta de órdago a la grande frente a una agresión destinada a quebrar el acercamiento diplomático de algunos países árabes y la creación de un ‘statu quo’ peligroso para los islamismos radicales.
Estamos pues, ante una guerra entre Irán e Israel, en la que el primero usa ‘proxies’ interpuestos pero indisimulados. Interpretando un poco más allá, el enfrentamiento es entre Estados Unidos y el eje antioccidental que forman China, Rusia y el régimen de los ayatolás; es decir, entre el orden liberal y el autoritario. El mismo pulso de la segunda mitad del siglo XX, con la diferencia de que Europa no distingue cuál es su bando –España ha vuelto a elegir directamente el equivocado– ni se da cuenta de que esos errores se acaban pagando caros. Quizá no ahora porque los judíos están acostumbrados a actuar sin pedir perdón ni permiso, pero sí cuando lleguen, que llegarán, momentos de verdad decisivos. Lo más probable, y desde luego deseable, es que el asunto no suba de escala, pero si eso ocurre convendría tener claridad de juicio para entender que éste no es un combate entre sionismo y antisionismo, sino entre la sociedad abierta y sus enemigos.