Kepa Aulestia-El Correo

La guerra desatada por Putin contra Ucrania está remodelando también la política española y la vasca. Mientras que al PSOE y al PP les cuesta evitar la utilización del tema como asunto arrojadizo, las escalofriantes imágenes de asesinatos y destrucciones en el país europeo han restado oxígeno a las formaciones a la izquierda de la socialdemocracia y también a los grupos nacionalistas que, casualmente, forman parte de la mayoría sobre la que se asienta el Gobierno Sánchez.

La izquierda de la izquierda europea no logró metabolizar ni el gulag soviético ni la caída del Muro de Berlín, mientras los Verdes emergían como contestación a la nuclearización derivada de la guerra fría. La jugada de Felipe González con la OTAN permitió a los socialistas deshacerse de las rémoras. El eurocomunismo trató de conciliar vínculos emocionales respecto a la revolución leninista con la democratización de sus propósitos; pero era ya tarde para salvar la honorabilidad histórica de aquella tradición. Hace un año la invasión pretendida de Ucrania descolocó de nuevo a esa izquierda –pongamos sesentayochista tardía– que un año después aboga por la diplomacia, sin que se sepa cuáles son sus referentes ni a un lado ni al otro de la línea de combate.

El derecho de autodeterminación ha quedado hecho trizas. La agresión comenzó hace un año tras aprobar la Duma una moción del Partido Comunista de la Federación Rusa declarando que las regiones que Moscú trató de anexionarse a la fuerza en 2014 formaban parte de ella. No se sabe quién sería hoy el sujeto de ese derecho. Si la población rusófona/rusófila de Ucrania. Si Ucrania en su integridad como aspirante a la Unión Europea. Si Rusia en su expansión defensiva frente al imperialismo Occidental. Si una determinada autonomía, incluso un par de comarcas, o España en su conjunto. Lo que complica aun más la ocurrencia de ERC de una consulta legal en Cataluña este mismo año. Después del enfriamiento que supuso el fracaso de la ‘vía catalana’, y antes de que la escocesa saliera malparada a causa de una ‘ley trans’, la crudeza de una guerra indescriptible ha acabado de desbaratar la ficción independentista. Evocando al pensador disidente de la Alemania oriental Rudolf Bahro, el soberanismo no tiene más remedio que aferrarse al autogobierno realmente existente y a sus instituciones.

Qué decir de la izquierda abertzale, que soslayó durante los años previos al desarme etarra condenar el terrorismo yihadista, puesto que nunca se atreverá a reprobar el suyo. Intenta mantenerse al margen del ‘conflicto’ mientras, en medio de la batalla por gaztetxes y txosnas, Gazte Koordinadora Sozialista coincide –autodeterminándose– con las tesis del Kremlin, explicando que lo que ocurre en Ucrania obedece a la «guerra imperialista de la OTAN».

La cesión a las instituciones de todo el protagonismo en el asunto permite, paradójicamente, eludir responsabilidades. Este año las manifestaciones de protesta por la agresión rusa han sido protagonizadas sobre todo por los ucranianos que viven entre nosotros. Españoles o vascos, somos esencialmente evasivos.