Enrique Portocarrero-El Correo

La huella de Unamuno en la Universidad de Salamanca es también el rastro de su propia vida y el trazo bien conocido de una época convulsa en la historia de España: Sus oposiciones a la cátedra, las controversias, su nombramiento como rector, los sucesos tras la manifestación estudiantil de 1903, su autoexilio, el retorno, los nombramientos y las destituciones, el exilio y sobre todo el incidente histórico de octubre de 1936, «Vencer no es convencer», aquel doloroso episodio que le llevó al exilio interior y al sufrimiento por una trágica sinrazón que precedió a su fallecimiento.

Sin duda, la Universidad de Salamanca no solo es para Unamuno el centro de su concepción pedagógica o de su creación intelectual, sino también la atalaya desde la que afirmar sus convicciones o desde la que asentar su inconformismo y su magisterio ético. Porque hay un Unamuno universitario, defensor de la libertad de cátedra, enemigo del control ideológico religioso; y otro como emblema de libertad, resistente, rebelde y atento a los grandes problemas sociales y políticos de su tiempo. Hay en la figura de Unamuno, en definitiva, un maestro, un profesor y un pensador de reconocibles méritos en su trayectoria en el ámbito académico, lo mismo que un intelectual que es autor y poseedor de una aportación y unos valores de vigencia permanente, todo lo cual explica ahora la concesión de esa dignidad universitaria, doctor ‘honoris causa’, que repara cien años después un destierro injusto, que recuerda su paso por el claustro de Salamanca y que actualiza su posición moral en defensa de la libertad y contra todo dogmatismo.