Luis Ventoso-El Debate
  • Los guasaps entre Sánchez y Ábalos muestran lo que ya sabíamos: la estrechísima unión entre ambos y el carácter resentido y autoritario del presidente

Tirar de la manta. Una expresión clásica de las películas del género gansteril y de los folletines de enredos políticos tipo House of cards. Y es lo que está ocurriendo ahora en el PSOE. Si sabes que tu horizonte es una temporada en la trena, si te sientes abandonado por el partido… ¿qué te queda? Pues tirar de la manta, mandar recado al líder supremo de que «tú también vas a sudar».

En ese contexto, aparecen en El Mundo algunos de los jugosos mensajes de WhatsApp que entre 2020 y 2021 se intercambiaron Ábalos, el ministro más poderoso y el número dos del PSOE, y su jefe en el Gobierno y el partido. Los guasaps versan sobre la obsesión de Sánchez por acallar a los barones críticos, Page, Lambán, Vara y Puig (aunque los dos últimos enseguida se rinden y arrojan la toalla de la cordura tras recibir el toque furioso del líder supremo).

Estos mensajes habrán provocado un sudor frío en la Moncloa, pues son solo la punta del iceberg, una pequeña selección centrada en un único tema, los barones díscolos. Se trata de un primer aviso: alguien —y no es difícil imaginar quién— tiene en su móvil auténticas bombas de relojería, que puede ir desgranando a su antojo si no recibe los gestos que demanda.

Los guasaps muestran a las claras dos cosas archiconocidas. La primera es que entre Sánchez y Ábalos existía una estrechísima intimidad. El ministro corrupto, casposo y libidinoso, del que ahora el gran líder «progresista» se desmarca como si apenas lo hubiese conocido, era su hombre fuerte y su sumiso chico de los recados (es notable la mansedumbre aquiescente con que José Luis responde siempre a su amo Pedro, lo que apunta a que era buen conocedor de su propensión colérica).

Lo segundo que reflejan los mensajes es la mala entraña del personaje: un tono déspota y una cruda aversión a la crítica, fruto de un alma resentida. Sin la careta de la jerga feminista, verde y resiliente, sin la sonrisa impostada y la vocecita teatrera, lo que asoma es una especie de macarra de barra de discoteca, que da órdenes a su fiel fámulo para los que disidentes, que son «unos petardos» y «unos hipócritas» que dicen cosas «vomitivas», no le «toquen los cojones».

Por desgracia para España, y esto es lo realmente importante, lo que el presidente consideraba «vomitivo» era que se criticasen sus pactos con el partido de ETA y su sumisión al separatismo golpista catalán. Estos guasaps nos recuerdan hechos graves que la memoria de pez de la sociedad española ya ha olvidado. Por ejemplo, en septiembre de 2020, Lambán, el barón con mayor entereza, critica que Sánchez prohíba al Rey viajar a Barcelona para entregar los despachos a los nuevos jueces, una tradición que fue interrumpida porque el líder del PSOE temía molestar a sus socios Junqueras y Puigdemont. ¿Y cuál es la respuesta de Sánchez cuando un barón se queja de que el presidente prohíba que el jefe del Estado pise Barcelona? Pues ordena que se le dé un toque de inmediato para que se calle: «Llamad al petardo este».

Imagino que a medida que se vayan nublando todavía más ciertos horizontes penales conoceremos nuevas y amenas entregas de chats de Sánchez. Y podrían ser incluso más si no se hubiese plegado como un siervo ante Mohamed VI, pues en su día le vaciaron su móvil con el programa Pegasus y el Parlamento Europeo señaló a los servicios secretos marroquíes.

Nadie resiste la exposición de sus mensajes telefónicos privados, y más si se sacan de contexto, porque todos escribimos alguna vez alguna tontería. Pero en el caso de Sánchez ese talón de Aquiles se extrema, debido a la felonía antiespañola de su proyecto político y al temple –o mejor dicho, destemple– del personaje.

David, Bego, Ortiz, Pumpido y ahora empieza a cantar su teléfono. El sanchismo desborda la imaginación del guionista de mente más calenturienta.