JORGE BUSTOS-EL MUNDO

A Podemos no le ha gustado que un excombatiente nacional y uno republicano conversen amigablemente. A Monedero le ha parecido «una jodida vergüenza». Iglesias no imagina a un judío (el republicano) dialogando con un SS (el nacional), y nosotros tampoco, porque ningún judío violó y mató a ninguna monja nazi, por coronar su delirante analogía. Toda la sensibilidad para la equidistancia inicua que les falta para advertirla entre supremacistas y partidarios de la legalidad en la España de hoy la derraman amargamente sobre el golpe de ayer. Pero esta hipermetropía moral, que ve mucho de lejos y nada de cerca, no obedece al intento melancólico de ganar la guerra 80 años después, como se dice, sino a la clara conciencia de que el pasado, bien manejado, ni siquiera es pasado, como sabía Faulkner. Occidente libra una guerra cultural cuyo armamento es el victimismo retrospectivo. La memoria histórica a la española no es un combustible diferente del indigenismo, el hembrismo o el trumpismo redneck: todos cultivan el fetichismo de la herida propia. Quien exhiba la cicatriz más honda ganará la empatía presente y la elección futura. Con el poder llega la subvención, con ella el clientelismo, con este la religión organizada. Y al que se desvíe del dogma le aguarda la hoguera de los fachas.

A riesgo de arder recordaremos que José no es superior moralmente a Germán por haber luchado en el bando republicano. Tampoco es verdad que se enfrentaran sin más fascismo y democracia, estúpido esquematismo que olvida el peso de la religión en unos y el del estalinismo en otros. Pero el peor error de los adanes cainitas es confundir la amnistía con la amnesia. José y Germán se abrazan porque ningún profesor de la Complu les tiene que contar lo que vieron. Kipling explicó en tres palabras la Gran Guerra: «Nuestros padres mintieron». Ahora se ponen a mentir los nietos porque no estaban allí. No han visto una guerra civil en su puta vida. Aunque quizá Monedero esté a tiempo: solo tiene que regresar a Venezuela.