De los siete millones de jóvenes que viven en España, algo más de seis millones siguen viviendo en casa de sus padres. Es un completo desastre, que arruina nuestro futuro
En el mastodóntico Gobierno de Sánchez –ese que es gobierno aunque no gobierna–, abarrotado de veintidós ministerios, llaman la atención dos de ellos: la ministra de Juventud e Infancia y la ministra de Vivienda y de Agenda Urbana –es para no creerlo de pura rimbombancia en el título–, respectivamente, Sira Rego e Isabel Rodríguez. Es difícil saber qué grado de conocimiento tienen entre los españoles, pero el caso es que gestionan dos ministerios de los que nada se sabe.
Cuando la tasa de desempleo juvenil asciende al 26,6% de la población –menores de 25 años de edad– al segundo trimestre de 2024. Mas que duplica el 11,6% de desempleo en España. Sí, la tasa de desempleo juvenil en la Unión Europea es de 14,9%, es lo cierto es que asumimos el triste papel del país europeo con mayor tasa de desempleo juvenil, igual que la tasa global de desempleo.
A su vez, el porcentaje de población en riesgo de pobreza o exclusión social se encuentra hoy en el 26,5%, es decir, más de doce millones de personas. Son personas que no superan los 900 euros mensuales de ingresos. Y la edad media de emancipación de los jóvenes está en los 30,4 años, en tanto en Europa, es a los 26,3 años.
A ello se suman, por parte de los jóvenes que trabajan, un salario medio de poco más de 1.000 euros en doce pagas; en tanto, el alquiler sigue batiendo récords situándose en casi 1.000 mensuales de media, que supone un incremento de un 10% en un año. Desde 2008, los salarios de los jóvenes han aumentado un 6,10% en tanto los alquileres han subido un 40%.
Inexistente política de vivienda
Por tanto, es una generación, nuestra juventud, que se está quedando atrás, que ha llegado tarde, para incorporarse a la vida social de nuestro país. De los siete millones de jóvenes que viven en España, algo más de seis millones siguen viviendo en casa de sus padres. Es un completo desastre, que arruina nuestro futuro. En un país con una tasa demográfica lamentable, que exista una juventud directamente excluida de nuestro sistema, nos lleva a lo peor.
A ello se añade una política de vivienda social, o pública, que se traduce directamente en nada. En los años 80 se construyeron en España más de un millón de viviendas sociales; entre 2011 y 2019, fueron 167.000. La vivienda pública representa el 2,5% del parque de viviendas de España frente a cerca del 10% en la Unión Europea.
En la actualidad, la carencia de esa vivienda social, o pública, es clamorosa. Ya pudo anunciar el Presidente Sánchez el año pasado la construcción de ya ni sabemos cuántas viviendas de esas características. El caso es que, hoy, nada se conoce de esas promesas tan grandilocuentes como vacías.
Chicos que viven, y van a vivir, peor y con menos posibilidades que sus padres. Un caso único en la historia de España, marcada por que siempre los hijos vivían mejor que sus padres
Se ha de pensar que progreso no es otra cosa sino mejor convivencia y prosperidad. De eso, si excluimos a la juventud, no queda nada en España. Chicos que no pueden abandonar la casa de sus padres, que con gran dificultad acceden a un puesto de trabajo con salarios bajos y a los que se hace tan difícil vivir en una vivienda de alquiler –que será, con seguridad, compartida entre varios–; y a los que les resulta directamente imposible acceder a una vivienda en propiedad. Chicos, en definitiva, que viven, y van a vivir, peor y con menos posibilidades que sus padres. Un caso único en la historia de España, marcada por que siempre los hijos vivían mejor que sus padres. Eso también ha saltado por los aires.
El presidente del Gobierno, Sr. Sánchez, hace tiempo que repite la frivolidad de que “España va como un cohete”. Sí, se trata de una frivolidad inadmisible, propia de un señor a quien todo le da igual, a salvo de mantenerse en la presidencia por un día, una semana más. Porque no se puede incurrir en semejante dislate cuando es la juventud la que pierde el tren.
Un país más polarizado
Y eso sin hablar de los cuellos de botella que se presentan en nuestro país: desde una inversión extranjera que se aminora crecientemente, y que no es reflejo sino de una desconfianza en nuestro país, y que conlleva una desindustrialización que avanza; pasando también por una pérdida de competitividad evidente, por una pérdida del poder adquisitivo, por una caída de los servicios públicos cada día más evidente; con una deuda pública elefantiásica, que pagarán las siguientes generaciones; con una política exterior que nos aleja de nuestro mundo occidental y democrático. Desde el incomprensible y no explicado giro con Marruecos en la primavera de 2022, realmente es difícil comprender en qué consiste nuestra política exterior.
Hablar de progreso en esas circunstancias es simplemente inaceptable. Sí, a lo que vamos es a un país más dividido, más polarizado, peor en definitiva.
Y en contraste con el Felipe González de 1982 que hablaba de que el cambio era, a su juicio, que España funcionara, lisa y llanamente, este es un país que está dejando de funcionar. Como un país desfondado. Porque un país que se olvida y deja atrás a nuestra juventud es, al cabo, un país con un futuro profundamente comprometido. ¿Para qué ministras de las que nada se sabe, tan ajenas a su incumplido deber ministerial?