- Es inadmisible que Sánchez siga pagando chantajes para mantenerse en el poder a cualquier precio
Pedro Sánchez nunca debió forzar su investidura en unas condiciones que, simplemente, iban a convertir su Gobierno en el rehén de una multitud de chantajistas que, además, le girarían auténticos ‘impuestos revolucionarios’ a menudo incompatibles entre ellos.
El indecoroso espectáculo de cambalaches, trampas y apaños ofrecido para revocar su derrota electoral y, literalmente, comprarse la Presidencia, no admite réplica: negoció su investidura en el extranjero, comprometió una obscena amnistía a delincuentes sin arrepentimiento alguno, asumió el infame relato de la represión del Estado al separatismo, asumió la hoja de ruta de Bildu para liberar a etarras y, entre otros abusos, asumió la aprobación de un insolidario cupo catalán y tal vez de un referéndum en el futuro.
Con ese origen fraudulento, que sólo se explica por un ansia de poder incompatible con la gobernación decente de un país, es perfectamente lógico que ahora Sánchez no pueda impulsar una reforma fiscal decente y se limite a intentar dar lo uno o lo contrario a cada uno de sus aliados, a menudo con posturas enfrentadas entre ellos.
El sainete de la Comisión de Hacienda visualiza la naturaleza de un Gobierno ilegítimo, pues es incapaz de proponer un proyecto a España y se limita a sobrevivir con concesiones impúdicas.
Lo mismo que con los impuestos, ya en niveles confiscatorios, sucederá con el techo de gasto y después con los Presupuestos Generales del Estado, rehenes también de los caprichos de una minoría y de las tragaderas de un presidente intolerable.
Deformar la fiscalidad, el Código Penal, la Constitución, la unidad tributaria, la igualdad entre españoles y la justicia más elemental no son derechos de ningún presidente y han de ser considerados chantajes a rechazar.
Que Sánchez los asuma todos, mientras desatiende sus responsabilidades más elementales en una catástrofe como la DANA, demuestra su falta de idoneidad para el cargo y demuestra que debe acabar ya, sin dilación, una legislatura que nunca debió comenzar en estas condiciones.