José María Múgica-Vozpópuli
  • Viniendo de la Constitución de 1978, casa común de todos los españoles libres e iguales, no deja de ser deprimente que tengamos por presidente del Gobierno a alguien que ha arruinado ese legado

Reconozco mi debilidad por las librerías de segunda mano. Esas que venden libros de viejo, libros inencontrables las más de las veces en la actualidad porque se encuentran directamente descatalogados, en ediciones de décadas en que en tantas ocasiones es la propia editorial la que ha desaparecido.

Y al tiempo, me producen esos establecimientos una profunda nostalgia. La de preguntarme quién sería el propietario de esos libros que tantas décadas después nos contemplan en su afán de que los contemplemos y los compremos. Tengo la sensación de que, las más de las veces, me encuentro ante un libro que perteneció a alguien que ya no está en este mundo; un libro ante el que sus herederos iniciaron los trámites para deshacerse de él, probablemente porque las bibliotecas son espacios que no admiten su trasmisión. Espacios personalísimos, al exclusivo servicio de su propietario en vida.

En San Sebastián, mi ciudad, las librerías de viejo, hasta donde sé, nunca han sido una señal distintiva de la ciudad. Escasas y de un fondo literario corto, nos hemos tenido que conformar con eso. En contraste con las grandes librerías, Lagun a la cabeza desde hace más de cincuenta años, que recuerdan las librerías francesas, cualquiera que sea la ciudad de aquel país en que pensemos. Librerías grandes, hermosas, tantas veces regentadas por auténticos profesionales del libro, aquellos que conocen cuanto venden.

Se trata de un libro editado por Planeta a mediados de los 70, una vez muertos ambos Franco, en lo que son transcripciones de declaraciones de Franco el dictador a su primo

Pues bueno, así fue en mi caso hasta la semana pasada. Un buen día entré en una librería de viejo en el barrio de Gros. He de reconocer, y bien que lo lamento, que era la segunda o tercera vez que entraba en esa librería. Una vez allí, recorriendo sus estanterías, un libro casi sobresalía de ellas: Mis conversaciones privadas con Franco, en efecto, que recoge conversaciones con Franco por parte de un primo carnal de otro Franco, sí, el general que todos tenemos en mente. Se trata de un libro editado por Planeta a mediados de los 70, una vez muertos ambos Franco, en lo que son transcripciones de declaraciones de Franco el dictador a su primo, que van desde los años 50 hasta principios de los 70. Un libro en tapa dura, a tono con la época, de unas 500 páginas y, hasta donde yo sé, inencontrable en la actualidad. Un libro que yo no había leído, pero que recordaba bien en la biblioteca de mi padre, luego lamentablemente extraviado y perdido a su muerte.

Así que con semejante libro que recordaba perfectamente en mi niñez, lo tomé y me dirigí al dueño de la librería, un sexagenario de buen aspecto. -¿En cuánto me lo dejaría?- le pregunté.

Y a partir de esa pregunta, vino un regalo de conversación, de esas que se recuerdan y quedan. –Por ser usted, ese libro se lo regalo yo-. La verdad es que se trataba del regalo inesperado a manos de alguien inesperado, con un libro inesperado, nada menos que las conversaciones privadas de un dictador infame con su primo.

Cómo discrepar de quien, al cabo, me estaba alumbrando el presente y el futuro de decadencia que cada vez se arraiga con mayor profundidad sobre el País Vasco

Un regalo inesperado al que le siguió una expresión esta vez sí definitiva: «Por cierto, esto no tiene solución». En lo que no era sino la constatación de un País Vasco abrasado por las políticas identitarias del nacionalismo, sea en su versión heredera de historia directamente criminal –Bildu-, sea en su versión histórica y sabiniana –PNV-.

Asentí, claro, cómo no hacerlo, cómo discrepar de quien al cabo me estaba alumbrando el presente y el futuro de decadencia que cada vez se arraiga con mayor profundidad sobre el País Vasco. Pero no había terminado la lección de aquel librero.

Fue a continuación que dijo: «Y por cierto, tengo que decirle que quien ahora nos gobierna ha matado el partido que fue de su padre. Hay que tener mala idea para empeñarse en gobernar apoyado en los nacionalismos; y a todo eso llamarle para colmo gobierno progresista». Nuevamente no pude sino manifestar mi conformidad. En efecto, viniendo de la Constitución de 1978, casa común de todos los españoles libres e iguales, no deja de ser deprimente que tengamos por presidente del Gobierno a alguien que ha arruinado ese legado, empeñado en gobernar con sus enemigos. Sencillamente, no lo merecíamos quienes por décadas y haciendo frente a la barbarie en estado puro, lo combatimos.

Así acabó nuestra breve conversación. Y, una vez los pies en la calle, con ese libro de regalo en mis brazos, me vino a la mente un consejo: allá donde cada uno de nosotros esté, en cualquier esquina de este país, España, solamente sigan un criterio: cuando se encuentren con una librería de viejo, entren por favor en ella. Siempre. Háganlo con la mejor intención, para contemplar libros que seguramente ni su memoria alcance a recordar. Y sobre todo, para encontrarse con profesionales que aman su oficio, que lo hacen grato, y que lo comparten con los demás.