EL MUNDO 30/03/14
· Grupos radicales causan disturbios sin que se produzcan enfrentamientos con ‘mossos’
Desde la cafetería de la última planta del Corte Inglés no les podía ver porque no eran demasiados. Fue de las manifestaciones menos concurridas que ha habido en Barcelona en los últimos años. Cuatro manzanas del Ensanche, sólo la calzada central. Ocho mil personas, como máximo. Beyoncé convocó la semana pasada en el Sant Jordi a casi el triple de gente, sin que fuera necesario cortar una calle ni la presencia de un mosso d’Esquadra. Los de ayer habrían podido marchar sin interrumpir el tráfico, aunque eso y los palos era lo que probablemente buscaban. Algo así como aquellas chicas que se morían de ganas de que la mili fuera obligatoria también para ellas, para poderse hacerse objetoras de conciencia.
Gente cansada, rabiosa, triste, buscando desesperadamente alguien a quien culpar de todo lo que les ha ido mal. Entre ellos, David Fernández, líder de la CUP, con su aspecto de matón de barriada. De lejos no podía verles: en la Plaza Cataluña competían con los transeúntes despistados y los clientes de los centros comerciales.
De cerca, los semblantes más siniestros y las más incomprensibles vestimentas contrastaban con la elegante tarde fría y gris en la ciudad. Gritaron contra la Ley del Aborto, contra los recortes y contra la clase política en general. Franco lo decía: «Haga como yo y no se meta en política», y todos los totalitarios igual. Hicieron pintadas en las paredes de los edificios, rompieron cristales de oficinas bancarias, insultaron de modo demencial a los mossos d’Esquadra. Todo, todo se les permitió, y ni la manifestación estaba autorizada ni el recorrido comunicado. Cuatro energúmenos pudieron tomar las calles de modo ilegal, perjudicando los intereses de los demás ciudadanos, y la autoridad competente asistió impasible al espectáculo.
Los Mossos y la Guardia Urbana estuvieron muy en su lugar, sin caer en provocaciones, protegiendo los accesos a la zona alta de la ciudad –algo es algo– y conduciendo a los manifestantes como ratoncillos, de aquí para allá.
Pero de nada sirve la prudencia, ni la paciencia, ni siquiera la compasión, cuando unos cuantos tienen por único objetivo la bronca y la agresión. No fueron todos, fueron los de siempre. Pero nos tiene que hacer reflexionar que el tono amenazante y delictivo de casi todas las pancartas, proclamas y pintadas –«nuestros recortes serán con guillotina»– propiciaban un ambiente tenso y violento, del todo incompatible con la democracia y la libertad que tanto reclaman.
Todo lo pudieron hacer. Se pudieron saltar todos los trámites y todos los cauces, atentaron impunemente contra los bienes públicos y privados, a golpe de pintada o de pedrada, ocultándose el rostro como delincuentes y como cobardes. Todo se les permitió y ni así tuvieron suficiente. Porque no tienen ninguna idea que comunicar ni ningún sentimiento que expresar. No tienen ningún deseo sincero de un mundo mejor y sólo buscan el enfrentamiento con la Policía.
Como los Mossos d’Esquadrano reaccionaban a ninguna provocación, los vándalos recurrieron al final a la pobre estrategia –pobre, sobre todo, intelectualmente– de quemar un contenedor de basuras para forzar la carga policial.
Buscaron la pelea por la pelea, de la manera más absurda y gratuita. La buscaron ayer como la han buscado siempre. Y cuando más permisivo se es con su violencia, con sus amenazas y con su transitar desaforado, mayor es su sensación de impunidad, más incendiaria su violencia y superior el riesgo que corremos los que tratamos de cumplir con nuestras obligaciones para poder vivir en paz.
Lo de ayer fue menor, pero no por ello menos intolerable. Que ni el alcalde de Barcelona ni el presidente de la Generalitat tuvieran mejor respuesta que la pasividad que exhibieron ante la violencia callejera premeditada y organizada indica hasta qué punto están incapacitados para gobernar.
Si no nos tomamos en serio el orden, nos devorará la barbarie, y estos manifestantes no tienen ninguna razón ni ninguna causa; lo único que tienen es la sensación de que nadie manda.
«Ellos no mandan si desobedecemos»
«Desobediencia 2014. Ellos no mandan si nosotros desobedecemos. Paremos las leyes de Gallardón». Con esta llamativa pancarta se abría paso la manifestación de ayer en Barcelona.
Entre los manifestantes se vieron otros lemas, como «yo también estaba en el Parlament», un eslogan con el que se hicieron pintadas en sucursales bancarias y comercios.
El 15 de junio de 2011 cientos de personas rodearon el Parlament para impedir la aprobación del primer gran paquete de recortes en sanidad, educación y derechos sociales, un asedio en el que hubo agresiones a diputados y cargas. El presidente catalán, Artur Mas, tuvo que llegar a la Cámara en helicóptero.