ABC 26/09/16
Hace un año, la izquierda en Galicia se frotaba las manos tras las elecciones municipales. El PP de Feijóo pagaba el desgaste de la corrupción ajena y las impopulares medidas del Gobierno de Rajoy cayendo diez puntos respecto a lo que consiguió en las autonómicas de 2012. El sueño de mantener la Xunta se veía como una entelequia, una quimera que dependería de un hipotético apoyo de Ciudadanos.
Seis meses más tarde, en las generales de diciembre, se percibía una leve tendencia al alza. Pero los números seguían sin dar, lejos siquiera del 40% de voto. La Marea daba el temido sorpasso a un PSOE en horas muy bajas y Ciudadanos entraba al reparto de escaños. Pero al PP le cambió el ánimo en la repetición electoral del pasado junio: subía cuatro puntos hasta el 41,5%. Si a eso le sumaban el tirón de Feijóo como candidato, la victoria pasaba a ser un desafío difícil pero no imposible. Feijóo aceptó el envite y anunció a su partido que daría la batalla: su reto era revalidar la absoluta, sin necesidad de ninguna muleta naranja.
Los resultados de anoche convierten a Galicia en la única autonomía con una mayoría absoluta. Ni los feudos populares de Madrid, Murcia, La Rioja o Castilla y León consiguieron aguantar la sacudida de mayo de 2015. En otros como Baleares, Comunidad Valenciana o Castilla-La Mancha hubo derrota, incluso. Tampoco territorios históricamente afines al PSOE como Andalucía o Extremadura alcanzaron este grado de apoyo.
El PP gallego no solo ha resistido al desgaste de su marca, sino que ha doblegado a la irrupción del populismo —que gobierna en tres de las siete ciudades—, pincha la burbuja naranja de C’s y saca provecho de un PSdeG hundido y un BNG castigado por las deserciones hacia En Marea.