Kepa Aulestia-El Correo
El jueves la titular de Igualdad, Irene Montero, manifestó ante el Congreso de los Diputados que era el día más difícil que había vivido como ministra. Aunque no dudó en tomar la palabra para oponerse a la revisión de la ley de las revisiones penales en delitos contra la libertad sexual. La confesión delató que su peor trance fue comprobar lo que estaba anunciado. Que Pedro Sánchez le había retirado la confianza, aliándose con el PP para quitarse de encima el cuenteo de los efectos indeseados. Desenlace que Montero había buscado por otra parte con ahínco. Con el feminismo mayoritario o contra el feminismo mayoritario, vino a advertir en su intervención parlamentaria. Revelando que frente a lo difícil que le resultó aceptar una situación previsible, y en el fondo buscada, le había resultado más llevadero enfrentarse a la demostración de que la norma que había auspiciado presentaba fisuras que echaban abajo sus afirmaciones de que no iba a ocurrir tal.
La secretaria general de Podemos y ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra, se refirió ayer a los cuidados que a su entender requeriría la coalición de gobierno, y que el PSOE desatendería al sumar sus votos parlamentarios con un grupo -el PP- que «se ha opuesto a todos los avances feministas en la historia de nuestro país». Al tiempo que ponía en solfa la estimación de voto hecha pública por el CIS de Tezanos, situando a los morados muy por debajo de Sumar. El aplauso compasivo de Yolanda Díaz al abrazo entre Belarra y Montero no impide que, dentro de los interrogantes de un año electoral, destaquen las preguntas sobre la insoportable viabilidad de una coalición a tres en el gobierno, según los pronósticos que se barajan sobre el escrutinio del 28 de mayo. Esa es la fecha en la que se jugará la eventualidad de que los actuales integrantes del Gobierno Sánchez puedan aspirar a seguir siéndolo después de las generales de fin de año.
Los dos argumentos que ha empleado Podemos para tratar de convencer sobre su utilidad gubernamental han sido su capacidad de imaginar un mundo más allá de lo convencional y su disposición al marcaje del PSOE desde planteamientos de mayor compromiso de transformación social. El problema es que las vicisitudes de la legislatura han agotado prácticamente las posibilidades de cambio por impulso legislativo. Lo que está sucediendo con la ley de vivienda, la emergencia de la sequía o la crisis demográfica atestigua que las izquierdas pueden mostrar buenas intenciones, echar mano de anuncios y promesas imposibles, e insistir en que la alternativa de derechas es peor. Pero tras estos años de efervescencia ideológica e incertidumbre sin cuento, es probable que a los ciudadanos les baste con la oferta de una opción capaz de administrar con sensatez y un mínimo sentido de justicia lo que tenga a mano. Es ahí donde sobra Podemos, con dirigentes rendidas al despecho que difícilmente podrán culminar la legislatura sin tensionar aun más las relaciones en la coalición. Porque para Podemos ya resulta más envidiable el papel de ERC y de EH Bildu.