ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Feijóo puede salir derrotado, pero está obligado a convencernos de que usará todo su poder para defender España

El titular de esta columna resume y condensa la esencia de la investidura que empieza a debatirse esta mañana en el Congreso. Desde el artículo al adjetivo, esas palabras recogen la magnitud de la apuesta en juego, la gravedad del momento histórico, la gigantesca responsabilidad contraída por Alberto Núñez Feijóo, quien puede salir derrotado ante la alianza de perdedores tejida por Pedro Sánchez, pero está obligado a convencernos de que su propuesta es seria, viable, valiente, integradora, representativa de sus votantes, no del discurso esgrimido por sus adversarios, y acorde a la necesidad perentoria de defender España con uñas y dientes, poniendo en suerte todo el poder que le otorgan la mayoría absoluta en el Senado y el gobierno de múltiples comunidades autónomas, sin escatimar esfuerzos ni ahorrar sacrificios a nadie.

‘Una’ expresa la idea irrenunciable de cohesión, plasmada en el artículo segundo de nuestra Carta Magna: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles». Ni estado plurinacional, ni federal, ni múltiple. Ni tres, ni cuatro, ni diez y siete. España es nuestra «patria común e indivisible». Vender este legado secular por un plato de lentejas monclovitas constituye una traición abyecta de la que Sánchez rendirá cuentas ante la Historia.

‘Nación’ es un concepto más complejo, más difuso. ¿Un proyecto común y compartido, como decía Ernest Renan? ¿El conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno, según la definición de la RAE? Lo seguro es que una nación no es una tribu, ni una comunidad lingüística, ni una secta, ni un estamento. O sea, nada tiene que ver con las ruedas de molino que pretenden hacernos tragar los discípulos de Sabino Arana, Junqueras o Puigdemont, envenenados de supremacismo, y tampoco con los malabares del sanchismo empeñado en justificar su ansia descarnada de Falcon y coche oficial.

‘Ciudadanos’ apela directamente a la conciencia democrática, al respeto sagrado por el individuo, a la evolución de la política hasta el nivel menos imperfecto de desarrollo conocido. Un ciudadano piensa por sí mismo, ejerce su libertad, decide, elige, vota. Un ciudadano es lo contrario de un súbdito, pero también lo opuesto a una parte amorfa del ‘pueblo’, el ‘género’ o la ‘clase’. Ciudadanos es lo que somos en el marco de la España que nos quieren arrebatar para estabularnos en alguna de esas categorías.

‘Iguales’ fue, antaño, la reivindicación por excelencia de esta izquierda reconvertida a la fe de quienes exigen comer aparte para comer más, en feliz expresión de un José Bono cuyo silencio actual resulta ensordecedor. Una igualdad real de oportunidades, obligaciones y derechos, sin la cual no hay justicia ni progreso posibles.

Todo eso y mucho más debe dejar meridianamente claro hoy en la tribuna el líder del PP, a ser posible en español, la lengua que entendemos todos.