Una Nación es lo que defiende

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC 17/01/13

· El mejor aliado de los sicarios del hacha y la serpiente siempre ha sido la flaqueza de nuestras convicciones democráticas.

La Historia se encarga de darnos lecciones constantemente, pero nuestra renuencia a aprender algo de ellas es tan tenaz como su empeño en instruirnos. Seguramente por eso avanzamos en círculos, tropezando una y otra vez con las mismas piedras, incurriendo en idénticas indignidades.

Pocos ejemplos ilustran mejor esta obstinación en el error que el larguísimo combate contra ETA librado por la Nación española. Medio siglo llevamos los españoles tratando de acabar con una organización terrorista que, en sus mejores momentos, no ha pasado del medio millar de asesinos a sueldo, y sin embargo aquí seguimos, a vueltas con ella. Es verdad que la banda tiene un notable arraigo social en el País Vasco (entre otras razones porque se le ha permitido gobernar incontables localidades e imponer en ellas su dictadura del terror) y no es menos cierta la complicidad del PNV, plasmada en aquella metáfora impagable de Javier Arzálluz: «No conozco un pueblo que haya alcanzado su libertad sin que unos sacudan el árbol y otros recojan las nueces». Dicho lo cual, el mejor aliado de los sicarios del hacha y la serpiente siempre ha sido la flaqueza de nuestras convicciones democráticas. Ésa debilidad nuestra les ha hecho fuertes.

Diecioche marcas electorales ha utilizado ETA a lo largo de su sanguinario historial, pues siempre ha compatibilizado la bomba y la papeleta en su determinación de romper España. Ha declarado al menos seis «treguas» en función de sus necesidades tácticas, y nunca ha faltado un necio que cayera en su trampa. Treinta años tardó el Estado de Derecho en reunir pruebas suficientes para demostrar ante la Justicia que los pistoleros, los diputados de las distintas franquicias etarras, los integrantes de los colectivos de apoyo a los presos y demás tentáculos de la bestia eran parte de un único entramado criminal. Muchos guardias civiles y policías se dejaron la vida para conseguir esas pruebas. Muchos más jueces, fiscales, cargos electos de partidos democráticos, periodistas y militantes de asociaciones cívicas renunciaron a su libertad y pusieron en juego su seguridad con el fin de apoyar esa lucha. Pero bastó un señuelo más, un sintagma con resonancias de premio Nóbel, «proceso de paz», para dar al traste con todo lo logrado. Y ahí están de nuevo, bajo el paraguas de Bildu y Amaiur, los mismos escorpiones con distinta denominación, ensuciando con su presencia nuestras instituciones. Ahí está, libre, el torturador Bolinaga, escupiendo con altanería ese «no me arrepiento de nada». Ahí están las víctimas, humilladas en lo más hondo. ¿Hasta cuándo?

El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo ha dado la razón al Supremo al avalar la ilegalización de ANV por considerarla una medida «necesaria para una sociedad democrática». Tan necesaria y justa como las de Bildu y Amaiur. ¿A qué espera la Fiscalía para solicitarlas?

ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC 17/01/13

 

El martes por la noche la 1 de TVE emitió un clásico del cine americano: «Vencedores y Vencidos» (1961), de Stanley Kramer; una película sobre el proceso de Nuremberg que pone el dedo en la llaga del viejo dilema referido al fin y los medios. En su alegato final, el juez estadounidense que ha de decidir si hace la vista gorda ante los crímenes nazis con tal de frenar el avance soviético formula una reflexión que no ha envejecido con los años: «¿Sobrevivir como qué? Una nación es lo que defiende. Justicia, verdad, el derecho de hombres y mujeres a ser respetados». Tomen nota nuestros gobernantes ahora que arrecian los ataques a España.