Miquel Escudero-Catalunya Press

  • No se ha producido todavía una exitosa reacción contra la hegemonía cultural del nacionalismo, que es ejercida con soberbia y sin contemplaciones
 

 

Con los tropezones que se quiera, Ciutadans ha sido un potente revulsivo en la política que Pujol inició en 1980; y que aceleró cuatro años después, tras la pésima resolución del caso Banca Catalana, cuando se perdió el paso de la dignidad y se abrió de par en par el camino de la impunidad y el acallamiento.

El asombroso éxito (aunque efímero) de Cs en el mundo político, no tuvo equivalente en el ámbito cultural. No se ha producido todavía una exitosa reacción contra la hegemonía del nacionalismo, que es ejercida con soberbia y sin contemplaciones. Se dirá que no le correspondía por tratarse de un partido político, y es cierto. Pero cualquier proyecto político tiene concomitancias con una orientación cultural, y el origen fundacional de Ciutadans marcó las líneas de un movimiento no sólo político sino cultural. Yo creo que, siguiendo esas líneas iniciadas, están por venir mejores frutos. Son los que corresponden a consolidar un decisivo cambio de perspectiva, la de pasar del imperio de los territorios históricos al de los ciudadanos libres e iguales, un terreno que está por explotar, que es inclusivo y es coherente con la condición personal.

Hay ahí una tarea que no pueden seguir el PP ni Vox, a causa de su estructura política y de la vocación de sus componentes. Tampoco están por la labor el populismo que se denomina de izquierdas (y está instalado en las vetustas coordenadas franquistas) ni, por supuesto, el PSC, que está para otras cosas.

He mencionado ya el continuo acoso (de variable graduación) que desde el primer momento se activó sobre quienes se manifestasen militantes o simpatizantes de Cs. Señalamiento, avergonzamiento y distorsión, antesala de otras agresiones. Con tenacidad, se perseguía evitar el contagio social que pudieran producir sus ideas opuestas al sistema establecido. Se ha transmitido hasta la saciedad el mensaje de que eran foráneos, lerrouxistas, neofalangistas (luego vino lo de organizados por el Ibex 35); en fin, todo lo que se quiera, con el fin de enviarlos a las catacumbas y aislarlos del resto de la sociedad cual indeseables. Se ha atacado de forma habitual sus tiendas y lugares de trabajo, insultándolos con afán de echarlos, pintándoles dianas o blancos de tiro. Pero, por supuesto, lo ‘nuestro’ es un oasis de paz.

Nadie es santo e inmaculado, ciertamente, por defender unas ideas determinadas, bien lo sabemos todos: en ningún caso hay excepción. En toda organización política, religiosa o lo que sea, hay gente que no es admirable bajo ningún concepto y sí censurable por algunos de sus comportamientos u opiniones. Cuando menos, nadie es infalible y todos podemos ser reconvenidos, siquiera levemente, por lo que hagamos o dejemos de hacer. Pero si un partido es estigmatizado por la oficialidad, con una intensa e incontestable resonancia de sus medios de comunicación protegidos, no resulta fácil mantenerse impasible. De hecho, creo que yo puedo escribir sobre este particular con cierta frialdad al haberme limitado a ser espectador y votante.

No todo el mundo puede nadar a contracorriente; o porque no sabe hacerlo o porque no tiene ganas de acabar lesionado e importunado. Quien experimenta estas represalias se ve de inmediato, y de forma fatídica, llevado a un gueto ideológico y envuelto en sus propias torpezas y limitaciones o defectos (siempre potenciados por la hostilidad que recibe). Por otro lado, nadie quiere ser molestado por tener vínculos con apestados. Es una trampa eficaz. Pero no hay que olvidar que ceder y achantarse ante los violentos (físicos o psicológicos) supone una retracción severa de la democracia y la libertad.

No hablemos ya de las  personas vejadas, insultadas o agredidas por expresar su simpatía ciudadana. De estas víctimas nunca se habla, un sonoro y hondo desprecio personal repleto de hipocresía. Como destacara Antonio Gramsci, en el hacer la vida imposible (con el concurso de una masa de cómplices invisibles) se producen asesinatos lentos y oscuros que no se contabilizan. Sólo se habla de los casos referidos a los líderes. Hace unos años un miembro de ERC recibió una condena penal al comprobarse que había enviado por correo a Albert Rivera una bala y una fotografía suya pintarrajeada de rojo; un reguero de ‘sangre’, una amenaza de muerte. Se produjo cierto rechazo social.

No sucedió lo mismo con el acoso a Inés Arrimadas, en su domicilio, a todas horas y en cualquier lugar al que fuera. Los maltratadores fueron justificados por sus espontáneas reacciones, muestras de libertad de expresión. Así, la espectacular, bochornosa y repetida desinfección con lejía del suelo pisado por la jefa de la oposición, efectuada por energúmenos disfrazados y llenos de odio y sinrazón. Para todos estos la tolerancia que dictan los amos del cotarro no es cero. Qué se le va a hacer, pero debe constar.