Una noche de Reyes

FÉLIX MADERO, ABC 06/01/14

· Chulos, siniestros y orgullosos, los de ETA confiesan que han vivido, confirman que seguirán viviendo. Y que no pedirán perdón.

La mujer hizo esfuerzos por entender la derogación de la doctrina Parot que ha hecho que el asesino de su hijo recibiera ayer un jersey, regalo de su nueva novia, tomará unos vinos y echara unas risas con los colegas. No hubo más regalos, para qué, pensó. Está en casa con una sentencia de 1.210 años. Ha cumplido 26 después de asesinar a 13 personas. Dos años exactos por muerto. ¡Ay, Dios, qué perfectas y dolorosas son a veces las Matemáticas! Es ese que llaman Kubati, y la mujer lo imagina sonriendo a la manera de los chicos malos que reciben un regalo equivocado. Cuando sueñe con la cárcel sabrá que es un mal sueño, y esa será la única evocación de la condena incumplida. De la libertad regalada. Mientras acaricia el jersey de lana imagina que está en prisión, y no será verdad. Y su memoria ácida y viscosa como el tronco de un gusano de seda recordará el verso de un poeta que en mala hora leyó: Las llagas subsisten en el rostro de estos hombres que me miran mansamente, casi sin verme.

Pero la mujer ni oye ni escucha. Ni siquiera el bullicio de la cabalgata de Reyes. No hay un hueco en las paredes por el que se cuele una brizna de alegría. Como una obligación que alimenta la memoria del hijo muerto lee todos los días documentos redactados con una prosa judicial y urgente que explican las leyes pero no razonan la vida. Ayer fue un golpe de piedra en el rostro: la sentencia de Estrasburgo sobre la doctrina Parot. Hoy es un auto que da a la voz enaltecedora del terrorismo la misma oportunidad que al silencio y el perdón. Ya, dijo la mujer apartando legajos y recortes de periódicos. Sentencias y autos, mientras salen del agujero negro de su memoria el ruido de las sirenas, la humedad de los hospitales, la llamada de la muerte. ¡Pobre hijo mío!

Al mediodía cumplió su trámite y compró media barra de pan y un periódico. Avisada por la radio no quiso ver la portada, y sin pararse en las aceras volvió a casa. Sobre la mesa estaba la foto, el dibujo preciso de la infamia que retrata el rostro criminal y caprichoso de los que por su cuenta enviaron al otro mundo a cientos de personas. Ahí estaban, hablando del conflicto, sacando pecho tal y como hacen los monos al desperezarse. Chulos, siniestros y orgullosos confesando que han vivido, confirmando que seguirán viviendo. Y que no pedirán perdón.

Y la mujer no entendía nada. Y pensó en su hijo asesinado recién salido de la Academia. Y en el juez Pedraz. Pero en ese instante detuvo el pensamiento porque notó el aviso premonitorio del pecado. Y se fue a la cama, y una voz le llegó a la manera de los reclamos inesperados. Era la voz mineral de Gaspar, que le traía su regalo, más fe, más esperanza, más caridad. Y así lo aceptó. Cerró los ojos e intentó dormir. Así hasta que llegaron las primeras luces de la mañana.