Florentino Portero-El Debate
  • Merz debería mirarse en el espejo de Macron para valorar tanto la gravedad de la situación como la necesidad de realizar reformas de calado, tanto en la República Federal como en la Unión Europea

Los alemanes fueron convocados a las urnas ante el colapso de la mayoría parlamentaria que sostenía la coalición gubernamental. No han sido, por lo tanto, unas elecciones ordinarias, resultado del agotamiento de la legislatura, sino unas extraordinarias tras más de dos años de recesión y una agenda internacional compleja. De ahí que la primera pregunta que debemos tratar de responder hoy es si los comicios han hecho posible una nueva mayoría capaz de hacer frente al cúmulo de problemas que Alemania tiene ante sí.

El legado Merkel pesa sobre la política alemana. Alemania renunció sin que nadie le forzara a la energía nuclear, garantía de abastecimiento barato y soberano, para pasar a depender del gas ruso con las consecuencias conocidas por todos. Apostó por el mercado chino sin querer reconocer los riesgos de todo tipo que esto suponía. Dio por sentado que el contribuyente norteamericano iba a continuar haciéndose cargo de su seguridad nacional, evitando costosas inversiones en capacidades militares. Demasiadas presunciones que no se han cumplido.

Tras la Gran Depresión, la industria manufacturera comenzó a tener dificultades para colocar sus productos. Un problema que se agravó con el incremento del coste de la energía y la Revolución Digital. Alemania ya no realiza el aporte en innovación que ha venido caracterizando su historia económica. Más aún, se ha ido haciendo patente su tendencia hacia la burocratización, agravada por la Comisión Europea y su «inflación normativa».

El gobierno de coalición felizmente quebrado no sólo no fue capaz de reaccionar ante estos problemas, sino que los agravó. De la mano, una vez más, de la Comisión Europa ha avanzado hacia la «sostenibilidad», la «transición energética» y demás palabras o expresiones de moda que han dañado severamente la competitividad de sus empresas.

La dependencia energética de Rusia, libre e irresponsablemente asumida, animó al Gobierno de Moscú a avanzar en su intento de recomponer el imperio zarista. La desconfianza de los estados bálticos, escandinavos y eslavos creció, apoyada en obvios precedentes históricos, hasta que finalmente el canciller Scholz rectificó, pasando a apoyar a Ucrania en su guerra por la independencia. Una independencia hoy más cuestionada por el giro impuesto a la política estadounidense por el presidente Trump. Los tiempos del «vínculo trasatlántico» han quedado atrás y Alemania, como primera potencia europea, tiene ante sí un formidable reto de liderazgo para conformar un nuevo sistema de seguridad continental.

¿Podrá la nueva mayoría dar cobertura a un gobierno de coalición para afrontar este conjunto de problemas? Si, como parece, estamos ante la formación de una «gran coalición» entre cristianodemócratas y socialdemócratas cabe esperar que los segundos no darán muchas facilidades para reformar en profundidad la política económica que se ha venido siguiendo, suponiendo que los cristianodemócratas estén realmente dispuestos a llevarla a cabo. Unos y otros son el fundamento de la coalición que ha permitido en las dos últimas legislaturas la formación de la Comisión Europea, responsable directa de muchos de los problemas que hoy tenemos. Es cierto que la señora Von der Leyen se ha comprometido a rectificar, a la vista de las críticas del electorado, pero no parece que lo esté haciendo con mucho convencimiento. Con Macron sin mayoría parlamentaria y en línea de salida, el futuro canciller Merz se convertirá en la figura política europea más relevante. De él dependerá animar iniciativas para trasformar la Unión Europea en una entidad acorde con los retos de nuestro tiempo. Si él no lo hace, nadie lo hará, forzando una renacionalización de las políticas exteriores y de defensa.

Los mercados, fieles a su visión cortoplacista, han respirado aliviados ante la perspectiva de otra «gran coalición». Lo mismo ocurrió cuando Macron supo recoger los restos de la derecha y la izquierda para conformar un bloque que contuviera a Le Pen. El presidente francés ha fracasado a la hora de reformar la economía y hacienda francesa, abocada al estancamiento, y acabará rindiendo sus armas a la señora Le Pen. El 35 % de los votantes alemanes ha depositado su voto a favor de opciones radicales, de extrema derecha o izquierda. Además, son votos de jóvenes que están perdiendo su confianza en el sistema político surgido tras la II Guerra Mundial. Se sienten excluidos y no temen apostar por opciones radicales. Quizás porque piensan que no tienen nada que perder. Merz debería mirarse en el espejo de Macron para valorar tanto la gravedad de la situación como la necesidad de realizar reformas de calado, tanto en la República Federal como en la Unión Europea.