MIQUEL PORTA PERALES – ABC – 19/09/15
· La nacionalización premeditada de Cataluña se ha vertebrado en torno a los siguientes ejes: el territorio propio como soporte necesario del pueblo catalán; la lengua y la cultura propias como depósito, espejo y expresión del alma del pueblo catalán, y la historia propia como notario del pueblo catalán.
Verano de 2012. De repente, decenas de miles de ciudadanos de Cataluña salen a la calle reivindicando un «proceso de transición nacional» que conduzca a la independencia. El lema: «Cataluña, nuevo Estado de Europa». La cosa cuaja. Lema del 11 de septiembre de 2013: «Vía catalana hacia la independencia». Lema del 11 de septiembre de 2014: «La vía catalana». Lema del 11 de septiembre de 2015: «Vía libre a la República catalana». Y no hay que olvidar el lema –el precedente– de la manifestación del 10 de julio de 2010, en protesta contra la sentencia restrictiva del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de 2006: «Somos una nación. Nosotros decidimos».
Detengámonos en el asunto. ¿De verdad que la gente salió a la calle «de repente»? Esto es, súbitamente y sin preparación. Sostiene el nacionalismo catalán que la sentencia del Tribunal Constitucional fue la gota que –imprevistamente e impetuosamente– colmó el vaso de un descontento ciudadano general propiciado por el expolio fiscal, el déficit en la política de infraestructuras o la discriminación de la lengua y la cultura catalanas instigados por un Estado español que nunca ha reconocido –de hecho, habría silenciado, perseguido y maltratado– la identidad nacional de Cataluña y el derecho de los catalanes a decidir libremente su futuro. Y saltó la chispa que prendió en la calle. ¿De repente? ¿Y si esa explosión y movilización callejera fuera la cristalización de una ofensiva premeditada de nacionalización diseñada hace unas décadas?
Verano de 1965. En el mes de julio de 1965, Jordi Pujol concluye un documento titulado Construir Catalunya. La sustancia del documento: luchar contra la colonización económica de Cataluña por España; implementar mecanismos de catalanización/nacionalización en ámbitos como la economía, la educación, la lengua, la cultura, la comunicación y la inmigración; construir una mentalidad de gobierno y órganos de pregobierno. En suma, una nacionalización de la sociedad catalana que –manos a la obra– se tradujo en una serie de proyectos –algunos fallidos– como Banca Catalana, Escuela de Maestros, Instituto de Historia Social, Instituto Catalán de Historia Moderna, Instituto Catalán de Inmigración, Estudios e Investigaciones SA (EISA) o Enciclopedia Catalana. Sin olvidar las jornadas de estudio, las campañas puntuales y la constitución de diversas publicaciones y editoriales en pro de la causa.
Al respecto, cabe señalar la propuesta de un Departamento de Promoción con el objetivo de diseñar y coordinar la ya mencionada nacionalización. Jordi Pujol en un informe de 1965: «Estamos sometidos desde hace muchos años a un proceso de desnacionalización. Nos faltan dirigentes, instituciones e instrumentos necesarios para llevar a cabo la labor de reconstrucción [lean “nacionalización”] que es la nuestra». Ahí –en estas palabras– tienen ustedes la ofensiva de nacionalización premeditada de la que se habla en este artículo. El legado de Jordi Pujol: brinda el marco mental –identidad, manera de ser, creencias, juicios, percepciones, significados, sentimientos, emociones, discurso, proyectos, objetivos, valores– que conformará la estructura mental y la visión del mundo del nacionalismo catalán. Un marco –la otra cara de la moneda– que connota negativamente – el nacionalismo catalán es un maestro en el arte del yudo moral– a una España en pecado original permanente y sin posibilidad de redención.
Otoño de 2015. El marco mental nacional catalán ha tomado cuerpo y forma –de repente, nada– a lo largo de las últimas décadas de unos gobiernos nacionalistas que –ellos sí– han sido una fábrica de independentismo que explosiona de forma controlada en 2012. La nacionalización premeditada de Cataluña se ha vertebrado esencialmente en torno a los siguientes ejes: el territorio propio como soporte necesario del pueblo catalán; la lengua y la cultura propias como depósito, espejo y expresión del alma del pueblo catalán; la historia propia como notario del pueblo catalán. En la definición de lo «propio» –el nacionalismo catalán opone enfermiza y obsesivamente lo «propio» catalán a lo «impropio» español– se ha inventado, mitificado, manipulado y universalizado lo «propio» nacional catalán que excluye lo «impropio» nacional español. Determinados lugares comunes, falsedades y consignas del nacionalismo catalán –ejemplos: la tergiversación histórica del 11 de septiembre de 1714 y sus consecuencias, el bilingüismo como instrumento que perseguiría la minimización o desaparición de la lengua catalana, la laboriosidad de los catalanes fiscalmente expoliados por unas élites españolas dedicadas a la gran administración, el ejército y la judicatura– obedecen a esa mentalidad dicotómica que distingue y separa lo catalán de lo español.
Bien puede decirse que el nacionalismo catalán es una forma de populismo: exaltación de lo propio, uso y abuso de la palabra, invención de la verdad, movilización permanente, fustigación sistemática de un supuesto enemigo exterior, displicencia ante la legalidad democrática, cultura de la queja, fomento de la engañosa ilusión de un futuro nacional catalán casi idílico al alcance de la mano, postergación del examen objetivo de la realidad. Populismo y algo más. Una cita: «la verdadera democracia es aquella donde el gobierno se ajusta a lo que el pueblo quiere… la política es para nosotros el medio para el bien de la Patria que es la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional». ¿Adivinan ustedes a quien pertenece la cita? Veamos. ¿Jordi Pujol? ¿Artur Mas? No. El autor es Juan Domingo Perón. Un texto reciente de Artur Mas: «Pero que nadie se lleve a engaño. No hay vuelta atrás, ni Tribunal Constitucional que coarte la democracia, ni Gobiernos que soslayen la voluntad de los catalanes. Ellos van a decidir sin ningún género de dudas». Muy probablemente, Juan Domingo Perón hubiera firmado el texto. Hipótesis de trabajo: el nacionalismo catalán es la variante mediterránea del peronismo.
La ofensiva premeditada de nacionalización que Jordi Pujol diseñó en 1965, culmina en el desafío secesionista de hoy. El nacionalismo catalán no ha estado solo en el empeño. Ha contado con la inestimable ayuda de una élite política y económica que espera –además de ocultar alguna vergüenza– obtener ventajas competitivas – hegemonía– en el mercado político y económico. Ha contado con la inestimable ayuda de una izquierda acomplejada que –durante mucho tiempo– ha jugado el papel de muleta o monaguillo del nacionalismo. Y esa espiral del silencio de quien no se atreve a expresar lo que piensa por temor a la excomunión social, política, cultural e ideológica.
A ello hay que añadir la patrimonialización de Cataluña por parte del nacionalismo, la agitación y propaganda pública y privada, el adoctrinamiento planificado, la política de las emociones y sentimientos «nacionales» –el nacionalismo catalán es un sentimentalismo: siento, luego existo– que aviva el diferencialismo y el gregarismo, la hispanofobia mal disimulada de quienes predican sin rubor que el Estado español – «Estado español» es sinónimo de «España»– trata como «súbditos» a los catalanes, el chovinismo patriotero y el sectarismo incendiario de los que –maestros de la deslealtad institucional y el incumplimiento de la ley: una forma de supremacismo– afirman que «es imposible vivir juntos sufriendo insultos, maltratos y amenazas cuando pedimos democracia y que se respete nuestra identidad». Así se tergiversa la realidad, se excita a la gente, se presiona a quien piensa distinto, se favorece la autocensura, se predica una construcción «nacional» imposible que genera fractura y frustración sociales. De aquellos polvos, este «proceso».
MIQUEL PORTA PERALES ES ARTICULISTA Y ESCRITOR – ABC – 19/09/15