Pablo González-Pola de la Granja-El Debate
  • En 2023 aparecieron en los alrededores de varios colegios madrileños unas pegatinas con un dibujo en el que se veía un carro de combate igual a dos colegios, con una frase que decía: «La guerra de la OTAN contra Rusia la paga nuestro pueblo», «Un tanque Leopard o dos colegios»

La agresividad de Putin en la invasión, la forma de desarrollar la guerra contra Ucrania y la deserción de la solidaridad occidental representada por Trump, ha puesto a los europeos frente a su propia imagen. Y ésta no es nada halagüeña si tenemos en cuenta que la amenaza del dictador ruso no parará, en ningún caso, con algunos territorios robados a Ucrania.

La reacción inicial de Europa y Estados Unidos frente a la agresión rusa fue muy adecuada y para muchos ciertamente sorprendente. Europa, Alemania incluida, no había olvidado las lecciones aprendidas en la última gran contienda mundial y, sobre todo, esa preguerra tan bien denunciada por Churchill en el primer tomo de sus memorias. Ahora, con el abandono de los americanos, los europeos se han propuesto prepararse para no terminar engullidos por el gran oso ruso.

Y ¿qué pasa en España? Pues que nos movemos entre el activismo antimilitarista de la izquierda y la pasividad de la derecha que se queda con lo estético de lo castrense, sin entrar en soluciones realistas. Ningún gobierno de la democracia se ha tomado en serio abordar el problema de la escasa conciencia de defensa que manifiesta la sociedad española. En una reciente encuesta del Instituto Gallup Internacional, los españoles no situábamos en los últimos puestos del sentimiento patriótico. Tan sólo un 29 por ciento estaría dispuesto a participar en una guerra en la que España se viera involucrada.

Entre las causas de este deficiente interés por la defensa podíamos citar el escaso sentimiento nacional en una sociedad en la que, desde el propio gobierno se intenta polarizar; la memoria colectiva muy influenciada por las guerras civiles cuyas heridas algunos se empeñan en que no cicatricen; la falta de percepción de una amenaza real, en la confianza de que estamos bien protegidos por los organismos internacionales que Trump ha hecho tambalear y ese pacifismo de la izquierda que traslada el mensaje antimilitarista mientras muestra la peor de las violencias contra los que no piensan como ellos. Y, por supuesto, no se les oye cuando la fuerza injusta la ejercen sus correligionarios de otras latitudes.

Este ficticio pacifismo está directamente relacionado con lo que el general Bernal denominó «la contracultura de defensa», plataforma perfectamente organizada que trata de enfrentar los intereses de la sociedad con los de las Fuerzas Armadas. Y ellos si saben a quién dirigirse. Hace unos años, a un grupo de profesores de la Universidad CEU San Pablo nos ofrecieron corregir un libro de texto, publicado por una conocida editorial escolar, de la asignatura Educación para la Ciudadanía en la que se decía textualmente que cualquier tipo de conflicto armado era inmoral y que el uso de las armas siempre constituía un atentado contra la paz. El texto propuesto por nosotros incidía, fundamentalmente, en la legítima defensa y en las misiones de intermediación para lograr la paz. No hace mucho, en 2023 aparecieron en los alrededores de varios colegios madrileños unas pegatinas con un dibujo en el que se veía un carro de combate igual a dos colegios, con una frase que decía: «La guerra de la OTAN contra Rusia la paga nuestro pueblo», «Un tanque Leopard o dos colegios». Estrategia que recuerda aquel pacifismo de los años 70 en Europa, perfectamente orquestado por las terminales mediáticas de la extinta Unión Soviética con el objeto de debilitar los sistemas defensivos occidentales.

Tampoco ayuda a fomentar la conciencia de defensa de la sociedad española la propia percepción que ésta tiene de sus Fuerzas Armadas. Ese antimilitarismo ancestral de la izquierda, que hunde sus raíces en el injusto sistema de recluta en el siglo XIX propiciado por la clase política de la época y el notorio complejo de la derecha, han propiciado una imagen «pacifista» de los ejércitos. La sociedad española debe entender que no existen las misiones de paz, porque toda acción militar tiene su riesgo, como lo demuestra las bajas producidas en estas. Debería hacerse pedagogía sobre la idea de que los ejércitos no tienen la misión fundamental de apagar incendios, sino que son capaces de hacer esto y hacerlo muy bien, precisamente por su especial preparación para la guerra. Para la defensa de la seguridad y los valores que propician una sociedad más libre y más justa.

Y ahora, con motivo de la especial alerta motivada por la virtual alianza entre quien nos amenaza desde el Este y quien, hasta ahora era nuestro principal aliado, Europa tiembla. La historia de los pueblos ha demostrado que nada une más que la amenaza de un enemigo exterior. Y ¿qué pasa en España?, pues que nadie piensa en ella. El lamentable espectáculo de una extrema izquierda trasnochada clamando por la salida de la OTAN y un partido que antepone su interés al de todos, unido a una derecha dividida, nos lleva a que sea imposible aprovechar esta excelente oportunidad que se nos brinda para concienciar a la ciudadanía española de lo importante que es defender esta sociedad con esos valores configurados durante siglos. Sólo cuando esto se pierda nos daremos cuenta de los errores cometidos, pero seguramente ya será tarde.

Es posible que antes de un rearme real sea necesario un rearme moral.

  • Pablo González-Pola de la Granja es director del Instituto de Estudios de la Democracia de la Universidad CEU San Pablo