«Viven en condiciones indignas que no podemos tolerar», ha afirmado la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, principal promotora del proyecto, que cuenta con la oposición de los partidos de derechas. «Es fundamental que no cedamos al buenismo que el pensamiento dominante nos quiere dictar», criticó el partido conservador Los Republicanos al enterarse del plan del Ayuntamiento.
La construcción de estos campos –que siempre serán de tránsito– es una muestra de coherencia de los socialistas franceses que hay que aplaudir, porque la política de acogida de refugiados no es popular ahora mismo en Europa y mucho menos en una Francia sacudida en los últimos meses por el terrorismo yihadista. Ayer se conoció una encuesta sobre las elecciones presidenciales de 2017 según la cual, Hollande no pasaría ni siquiera a la segunda vuelta si decidiera presentarse a los comicios.
Algo similar ocurre estos días en Alemania, tras la tremenda derrota de la CDU de Angela Merkel en el estado de Mecklemburgo-Antepomerania, donde fue sobrepasada por la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), un partido populista que defiende unos postulados sobre la inmigración absolutamente restrictivos. Alemania va a celebrar elecciones parlamentarias en un año y Merkel se encuentra ahora en plena caída de popularidad por su defensa de la acogida razonable y controlada de refugiados. A pesar de ello la canciller alemana defendió ayer en el Parlamento su política migratoria y alertó a todos los partidos que «AfD no supone un reto sólo para la CDU, sino para todos los que nos sentamos aquí».
Tiene razón Merkel porque Europa se enfrenta a una serie de procesos electorales en los que los partidos populistas pueden sacar mucho rédito si no se gestiona bien la política migratoria. Porque, al contrario de la postura coherente con la defensa de los derechos humanos que mantienen los gobiernos de Francia y Alemania, otros países comunitarios se han desmarcado con planteamientos excluyentes, contrarios a los postulados comunes de la Unión Europea.
Hungría ha convocado un referéndum el próximo 2 de octubre en el que preguntará a los ciudadanos algo tan directo como esto: «¿Quiere que la Unión Europea tenga derecho a determinar una cuota obligatoria de ciudadanos no húngaros en Hungría sin el consentimiento del Parlamento?». Si triunfa el no, el Gobierno de Viktor Orbán se desmarcará de la política migratoria común. Ese mismo día se repetirán las elecciones presidenciales en Austria, en las que puede vencer el candidato ultranacionalista del Partido Liberal de Austria (FPO) Norbert Hofer.
La inmigración se ha convertido en un elemento clave en la política social de la Unión Europea y ello se va a tener muy en cuenta en las elecciones que vienen. Una mala gestión del problema que causa la llegada de población foránea dará alas a los movimientos populistas y xenófobos en la UE, como ya estamos comprobando.
En este caso, además de aplaudir la determinación de Merkel y Hollande, hay que apelar a las instituciones comunitarias para que refuercen una política común de acogida ordenada y acorde con los derechos de los desplazados forzosos que sea capaz de contrarrestar los argumentos demagógicos que emplean los partidarios de cerrar las fronteras.