El Correo-JUAN CARLOS VILORIA

Los nacionalistas insatisfechos y los populismos más recientes teatralizan su oposición a la Constitución del 78

Un jovenzuelo, dicen que de los CDR (Comités de Defensa de la República) de Cataluña, huido a Bélgica tras los pasos del irredento Puigdemont, se levantó al comienzo de una conferencia del ministro socialista Josep Borrell y espetó: «La Constitución es una puta farsa». Y para darse la razón por persona interpuesta, apostilló: «Y tú lo sabes». Fin de la cita. Huido de una república catalana irreal, inventada, imaginaria, ficticia, quiso eclipsar la realidad.

La realidad de cuarenta años. El resultado palpable, químico y físico, de una sociedad que anhelaba la democracia, pero tenía miedo de sí misma. De un país herido que deseaba renacer de las cenizas del franquismo. Y que lo consiguió con la cooperación del catalanismo, del eurocomunismo carrillista de la reconciliación, de la fatiga del franquismo totalitario dique de las libertades y la aportación de la España que se había quitado la boina en Londres. Se había acabado la farsa del franquismo y empezaba el renacimiento de la libertad.

Algunos añoran la dictadura. Pero no son los franquistas. Son otros. Como tantos años la banda terrorista ETA y sus compinches. Porque el nacionalismo requiere, para romper con la reglas de convivencia, contraponerse a un régimen totalitario de otro signo. No soporta la democracia. Y si no existe se lo inventa. Puta farsa. Como EH Bildu, Herri Batasuna, Euskal herritarrok. Acaban de aprobar junto con el PNV una moción por la que declaran a la Constitución de 1978: «antidemocrática». Para justificar su oposición oportunista los discípulos del peneuvista Sabino Arana, y su acción terrorista durante décadas los de Arnaldo Otegi. ¿Una jaula? Sí. Para los ‘destroyer’ de la convivencia.

La grandeza de la Constitución del 78 es precisamente que alberga y garantiza los derechos civiles y democráticos, incluidos los adversarios de la libertad de todos. De los que dicen que después de cuarenta años está «anticuada», pero reivindican «los derechos históricos» de hace cuatrocientos años. De los que la acuñan de antidemocrática y aplaudieron durante docenas de años el exterminio del discrepante. ¿Una puta farsa? Una trágica farsa. Esa es la que proponen ahora algunos que quieren deshacer el tablero de convivencia para adecuar el caos y el desorden a sus intereses «históricos». Abrir la caja de Pandora de una nación secularmente enfrentada consigo misma para rescatar del caos inmundo los caciquismos locales o los experimentos bolivarianos que ni siquiera funcionan en otros paralelos al sur del ecuador.

La Constitución del 78 y su régimen de Monarquía constitucional es el mejor logro (una carambola de la historia) de una nación como España (para los nacionalistas: el Estado o el país vecino) que por una vez en siglos dio con la tecla. Pero la democracia y su traje de gala, la Constitución, tiene muchos enemigos. El populismo es el más reciente. El que propone referéndums, repúblicas imaginarias, modelos castristas. Los nacionalismos insatisfechos ya los conocemos. Una puta farsa.