El Correo-JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA

Es de temer que la política del país no tenga la madurez de Machado para pararse a distinguir «las voces de los ecos». Es, por ello, muy poco probable que el ‘Manifiesto Federalista’ que un grupo de académicos vascos hizo público el jueves, y al que se han adherido, de momento, casi doscientos ciudadanos, pueda erigirse, a corto plazo, entre tantos y tan perturbadores ecos que ensordecen el ambiente, en la voz que la política se detenga a distinguir y escuchar con la debida atención. Una pena, pues, aunque no sea de buen gusto que lo diga quien se cuenta entre los ciudadanos que han estampado la firma a su pie, se trata de un texto tan lleno de racionalidad y razonabilidad que bien merecería ser tomado en atenta consideración.

Está ya muy extendida la opinión, entre políticos y académicos, de que la Carta Magna de 1978, pese a los grandes servicios que ha prestado, precisa de una revisión que la ponga más en forma tras sus cuarenta años de exitosa vigencia. Su Título VIII, referente a la organización territorial del Estado, es el que más parece necesitar de retoques que superen las deficiencias detectadas y mejor adapten el texto a la España real que se ha creado a raíz de la instauración del Estado autonómico. Tal es la premisa del manifiesto que comento. Pero, al tiempo que se reconoce la necesidad, se insiste también en la dificultad de darle cumplida reparación, entre otras cosas, por el ambiente de fragmentación, confrontación y crispación que, de un tiempo a esta parte, se ha instalado en la política.

El manifiesto viene a ser, a este respecto, la reacción de quienes creen que la dificultad, lejos de como excusa para la resignación, ha de tomarse como estímulo para su superación. La Constitución, o se reforma o se anquilosa, es el lema que lo guía. Y, para llevarlo a la práctica, propone, frente a la exaltación de los sentimientos que vive la política, en España y fuera de España, un ejercicio de máxima racionalidad que dome la emoción y la sustituya por un estado de ánimo que fomente la razón. De hecho, el federalismo, más allá de su denominación y su supuesta asociación a una ideología concreta, se ha revelado como el instrumento más racional que la política ha creado a lo largo de la historia para ofrecer a las sociedades medios efectivos para lograr su convivencia y promover su prosperidad.

El manifiesto nace en Euskadi y a Euskadi mira. Es, de hecho, una propuesta en favor del autogobierno vasco, que, al concebirse incardinado, por razones tanto de viabilidad como de conveniencia, en el Estado del que forma parte, requiere de una reforma previa de la Constitución para poder desplegarse en plenitud y con seguridad. Pero, también aquí, se ve obligado a remar contracorriente de un ambiente en que la emoción identitaria, asociada al sentimiento de pertenencia nacional, ha conducido a abruptas actitudes de ruptura en vez de ofrecer pacientes propuestas de consenso e inclusión. Una vez más, la idea federal, en su combinación de lealtad a lo común y respeto a lo singular, representa la razonabilidad que busca el bienestar y el progreso en la armonía de las vivencias personales y la conjunción de los esfuerzos colectivos. Así, racionalidad y razonabilidad convergen en la más pura y simple sensatez.

Un manifiesto y doscientas adhesiones no son, sin duda, aparato bastante para alcanzar el ambicioso objetivo que se persigue. Creo, sin embargo, que los acuerdos callados rebasan las firmas expresas. En este país en el que tanto se mira de reojo, estampar la firma en un manifiesto constituye un acto tal de exposición, que se acerca a la desnudez. Para muchos, es como salir del armario. El desacuerdo con lo que el documento dice, la resistencia a juntarse con compañías incómodas, el ser visto donde a uno no se le esperaba, la necesidad de dar explicaciones, el pasar la fina raya nacionalidentitaria que el juicio ajeno y el «qué dirán» han hecho muro infranqueable o la combinación de individualismo, personalismo y pasotismo son razones o excusas suficientes para justificar el «pudor» a mostrarse en público con ciertos compañeros de viaje. Son los recelos que aún le toca vencer al manifiesto. Pero los sondeos coinciden en que lo que éste expresa es lo que la mayoría piensa. De momento, su publicación es una ráfaga de sensatez que ayudará a disipar emociones e instaurar racionalidad y razonabilidad en un país en el que a veces se las ha echado en falta. No ciertamente la panacea, pero sí un buen comienzo.