Alejo vidal-Quadras-Vozpópuli
- En lugar de la necesaria pedagogía, nos vemos obligados a aguantar las boberías de Fernando Simón o los ataques sectarios a Isabel Ayuso
Los casos de trombosis asociados a la administración de la vacuna contrala covid-19 de AstraZeneca han desatado la inquietud del público por las declaraciones contradictorias de algunos gobiernos, por las medidas diversas y fluctuantes tomadas por las autoridades sanitarias para minimizar este efecto adverso y por la información ambigua o incompleta al respecto. Así, ha habido lugares donde se ha suspendido la campaña de vacunación, otros en los que se ha limitado por franjas de edad y unos pocos, en fin, en los que se ha mantenido el plan sin modificación alguna. Nadie en este caos, gobernantes, expertos o periodistas, se ha molestado en instruir a la población sobre algunos conceptos elementales sobre probabilidad, riesgo o análisis riesgo-beneficio. Mientras los ciudadanos no tengan claras estas cuestiones son fácilmente prisioneros de la desconfianza o incluso del pánico, reacciones que, reflejadas por los medios, influyen a su vez en los políticos que, con la vista siempre puesta en las urnas, toman decisiones absurdas o equivocadas.
Lo primero que hay que dejar claro es la definición de riesgo. El riesgo, en el que vivimos permanentemente inmersos de manera muchas veces inconsciente, es el producto de una probabilidad por un daño. Si ambos son altos, el riesgo resultante es asimismo elevado; si el daño es grande, pero la probabilidad de que se produzca es ínfima, el riesgo correspondiente será muy pequeño; si la probabilidad es notable, pero el eventual daño es despreciable, el riesgo será muy reducido. En cada ocasión que tomamos un vuelo comercial para desplazarnos un millar de kilómetros la probabilidad de que muramos por accidente es de 3.3 dividido por diez millones y el daño, por supuesto, es terrible. ¿Por qué volamos tan tranquilos por motivos profesionales o de ocio? Sencillamente, porque el riesgo que asumimos es casi inexistente y las ventajas que nos proporciona el subirnos a un avión lo compensan sobradamente. Cuando llega el fin de semana ¿acaso no nos precipitamos alegremente al vehículo familiar para ir de excursión al campo, al mar o a la sierra? ¿No usamos muchos de nosotros el automóvil para ir al trabajo? Pues bien, la probabilidad de matarnos en la carretera es 3.760 veces superior a la de sufrir un accidente fatal en avión. ¿Nos detiene este pensamiento? Naturalmente que no porque de nuevo el riesgo resultante nos parece perfectamente asumible frente a la obligación de cumplir con nuestros compromisos laborales o al placer de disfrutar del bosque, del aire puro o de la playa. Obviamente si la probabilidad de terminar nuestra vida sobre el asfalto fuese del 10, 30 o 50%, nadie cogería el volante.
El análisis riesgo-beneficio no puede ser abordado desde la subjetividad sentimental del improbable caso particular, sino desde la fría objetividad de los grandes números y de la protección del conjunto de la sociedad
Por tanto, este tipo de enfoque cuantitativo y probabilístico es el que hay que utilizar también cuando decidimos la política sobre vacunas. En Alemania han fallecido nueve personas tras recibir su dosis de AstraZeneca sobre un total de 2.700.000 vacunados, o sea, que la probabilidad de morir al ser inoculado con esta vacuna es de 33 dividido por 10 millones, diez veces superior a la de viajar en avión y 376 veces inferior a la de salir a la autovía. Sin duda, el daño es definitivo e irreversible para los que sufren la trombosis letal, pero ha de ser contrastado con las consecuencias de no vacunar, centenares de miles de muertos, quiebra económica, millones de desempleados y hospitales colapsados. El análisis riesgo-beneficio no puede ser abordado desde la subjetividad sentimental del improbable caso particular, sino desde la fría objetividad de los grandes números y de la protección del conjunto de la sociedad.
Ataques sectarios contra Ayuso
Si este enfoque racional y cuantificable se hiciese llegar al gran público de manera clara y convincente, los españoles y los europeos en general, así como sus responsables políticos, estarían mejor preparados para diseñar estrategias de vacunación que todo el mundo pudiera respaldar y entender. En lugar de esta necesaria pedagogía nos vemos obligados a aguantar las boberías de Fernando Simón, los ataques sectarios a Isabel Ayuso o los intentos de linchamiento espoleados desde el Ministerio de Interior de los dirigentes de Vox.
Tan indefensa ante gobernantes desaprensivos o mentirosos está una sociedad funcionalmente analfabeta como una sociedad anumérica a nivel elemental. Esta es la clave de la política educativa de la izquierda y de la manipulación sistemática de los hechos y los datos por sus medios estabulados. El ejemplo del tratamiento riguroso y científico de las vacunas, sus riesgos y sus beneficios, es uno más, aunque particularmente relevante, para advertir en manos de quiénes estamos y lo que nos espera si no nos zafamos de sus ignorantes e insaciables zarpas.