Tonia Etxarri-El Correo
La ausencia de un discurso nítido, por parte de nuestros gobernantes, contra cualquier actitud de ensalzamiento de la violencia en la sociedad está facilitando que se den episodios de agresividad e intolerancia, desde el entorno de la izquierda abertzale, que nos retrotraen a las épocas más abominables de nuestra historia reciente.
Los ataques a la Ertzaintza y la policía local en el último mes, las pintadas contra el consejero de Seguridad y la exhibición de pancartas en favor de los presos de ETA en los recintos festivos forman parte del ADN turístico de Euskadi. A estas alturas. Catorce años después de que la banda echara el cierre de su negociado, el entorno de Bildu sigue sin condenar la violencia que ejerció el terrorismo y, como nadie de sus interlocutores se lo exige como condición para sellar pactos de gobernabilidad, la noria sigue rodando.
Cuando Bildu se presenta como un partido ‘domesticado’ y de alternativa de Gobierno, se permite dar clases de democracia porque su alianza con Pedro Sánchez le está sirviendo de salvoconducto para la desmemoria. Si la docilidad que exhiben sus dirigentes cuando pisan la moqueta de La Moncloa fuera acompañada de gestos que reflejaran un giro hacia la democracia en la convivencia diaria, seguramente la opinión pública se tragaría la píldora de su reconversión. Pero sobran las palabras cuando los hechos las contradicen.
El ejemplo de la exhibición de pancartas en favor de los presos de ETA en las fiestas de Vitoria es una gota en el océano festivo vasco. La apología del terrorismo sigue formando parte del paisaje. Ya están todos los presos de ETA en las cárceles de Euskadi o Navarra. Pero los reivindican como presos políticos. Si a Sare no le gusta que se critique sus manifestaciones, maldita la gracia que les hace a las familias de las víctimas del terrorismo seguir sintiéndose humilladas cada vez que ven actos de ensalzamiento de quienes asesinaron a los suyos.
¿En una sociedad sana se permitiría que el espacio público y festivo estuviera plagado de pancartas de apoyo a quienes mataron, secuestraron, extorsionaron y persiguieron en nombre de ETA? Pues eso es lo que están denunciando las asociaciones de víctimas como la de Fernando Buesa, Covite o la AVT. La clave la dio el diputado general de Álava, Ramiro González, del PNV, al reconocer que la invasión del espacio público, con mensajes que agreden a las víctimas se tolera «por evitar la confrontación». Y, en efecto, esa tolerancia supone permitir que se humille a las víctimas ensalzando a los victimarios.
La portavoz parlamentaria del PP vasco, Laura Garrido, se preguntaba ayer, en EL CORREO, dónde ha quedado el ‘suelo ético’ que se le exigía a Bildu en el Parlamento, allá por el 2013, cuando se buscaba sentar las bases para la memoria y la convivencia. ¿Qué han hecho el PNV y el PSE con esa exigencia? Porque ese reconocimiento de la injusticia de la violencia ha quedado solapado por las contrapartidas de los acuerdos entre Bildu y el PSOE. Nadie se lo exige a Bildu. Aquella «semilla del acuerdo», tal como la definió el lehendakari Urkullu, no ha germinado. Ya hemos visto por qué. Y la enfermedad persiste.