François Fillon promete aplicar sobre Francia «una terapia de choque» y «dar un vuelco» a «una situación nacional cercana a la quiebra». Por el momento, ha conseguido revolucionar los equilibrios políticos. Ni los socialistas ni el Frente Nacional esperaban que el gaullismo propusiera un candidato tan escorado a la derecha, tan partidario de las fórmulas thatcheristas en lo económico y tan tradicionalista en lo social. La formidable victoria de Fillon en las primarias de Los Republicanos, con un 44% que casi le garantiza el éxito en la segunda vuelta del domingo próximo, ha provocado una auténtica conmoción.
Ya convertido en el principal favorito para conseguir la presidencia de la República en las elecciones de mayo, Fillon no hace esfuerzos por dulcificar su programa. Anoche apareció en el informativo de mayor audiencia, el de TF1, y subrayó que el gran apoyo obtenido en las primarias reforzaba sus convicciones. «No podemos seguir como durante los últimos 20 años, hay que cambiar las cosas», afirmó.
Insistió en la necesidad de reducir en medio millón el número de funcionarios (son 5,6 millones) , en acabar con la jornada de 35 horas semanales y remitirse al máximo de 48 que fija la ley (aclaró que no sería normal pagar todas las horas adicionales) y en prolongar la edad de jubilación desde los 62 a los 65 años. También volvió sobre la necesidad de facilitar los despidos colectivos y reducir las prestaciones de desempleo.
«Yo creo en la familia y en los valores tradicionales; dicho aquí, ante las cámaras de televisión, lo que digo puede parecer un poco hortera, pero estoy seguro de que los franceses me comprenden», declaró.
La irrupción de Fillon, que ningún sondeo había previsto, obligó a cambiar el paso a todos sus rivales, inmediatos y futuros. El primer afectado fue Alain Juppé, que parecía destinado a enfrentarse a Nicolas Sarkozy en la segunda vuelta y ahora tiene que adaptarse a un nuevo rival. «En los próximos días demostraré que el programa de Fillon es demasiado duro y resulta inaplicable», dijo. Pero Juppé lo tiene casi imposible. A la desventaja de 15 puntos registrada en la primera ronda se suma el apoyo a su rival de Nicolas Sarkozy; el ex presidente, gran derrotado, pidió el voto para Fillon antes de anunciar su retirada de la política.
Incluso el Frente Nacional está repensando su estrategia. La ultraderechista Marine Le Pen consideraba que Alain Juppé iba a ser su gran rival en el momento decisivo de las elecciones de mayo y proyectaba descalificarle como «izquierdista». Eso no es posible con Fillon, cuyas conexiones con el tradicionalismo católico y cuya defensa de la familia amenazan incluso el franco tradicionalista del Frente Nacional encarnado por la diputada Marion Maréchal-Le Pen, sobrina de Marine. Ayer mismo, el Frente Nacional lanzó una doble campaña: para atacar a Fillon como «ultraliberal globalizador entregado a las consignas de Bruselas y Berlín» y para atraerse a los partidarios más nacionalistas y antieuropeos de Sarkozy.
Los socialistas, en cambio, sintieron un cierto alivio. Con el presidente François Hollande hundido en los sondeos y sin revelar por el momento si buscará o no la reelección, con su electorado natural fragmentado por candidaturas como la del reformista Emmanuel Macron o el populista Jean-Luc Mélenchon, habían asistido impotentes a la participación de más de 400.000 de sus votantes potenciales en las primarias de la derecha.
Esos votantes querían la derrota de Sarkozy y la victoria de Juppé, un candidato a la presidencia que les parecía lo más aceptable a falta de opciones socialistas. Pero ahora el rival es un thatcherista como Fillon y al PS no le costará movilizar a los funcionarios y los sindicatos. «Francia no necesita soluciones ultraliberales y conservadoras, Francia necesita más policía, más personal sanitario, más agentes de proximidad, y no menos», declaró el primer ministro socialista, Manuel Valls, que prepara su candidatura por si Hollande decide no presentarse.