- Es un tanto mezquino que Almeida descalifique a Almudena Grandes y, acto seguido, dé por buena la concesión de un honor a la escritora porque ha logrado así los presupuestos municipales
En su libro de ensayos (‘Derecho a disentir’), Mauricio Wiesenthal dedica unas bellas reflexiones al “juego de las imposturas” (páginas 195-205) recogiendo una frase célebre de Benjamín Disraeli según el cual “algo desagradable se avecina siempre que los hombres se muestran ansiosos por decir la verdad”. Y desagradable y arbitrario, hiriente, ha sido el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, al jactarse de haber logrado la aprobación de los presupuestos del ayuntamiento a cambio de conferir a Almudena Grandes la distinción de ‘hija predilecta’ de Madrid, un honor que, a su entender, la escritora fallecida no merece y que él, el grupo popular, el de Ciudadanos y el de Vox ya le negaron en la sesión plenaria municipal del pasado 30 de noviembre.
La política pierde toda dignidad cuando un asunto de esta naturaleza se aborda desde la más lacerante tosquedad intelectual, desde la más elemental insensibilidad, desde la peor indiscreción de las propias pulsiones sectarias. Es degradante entender la transacción política —cuentas públicas a cambio de una distinción a una literata fallecida— en estos términos.
El artículo 4º del Reglamento de Honores y Distinciones actualmente vigente en el Ayuntamiento de Madrid determina que “el título de Hijo Predilecto de Madrid solo podrá recaer en quienes hayan nacido en la Villa, y que, por sus destacadas cualidades personales o méritos señalados, y singularmente por sus servicios de beneficio, mejora u honor de Madrid, hayan alcanzado tan alto prestigio y consideración general tan indiscutible en el concepto público, que la concesión de aquel título deba estimarse por el Ayuntamiento como el más adecuado y merecido reconocimiento de esos méritos y cualidades, y como preciado honor, aún más que para quien la recibe, para la propia Corporación que la otorga y para el pueblo madrileño por ella representado”.
Para determinar si Almudena Grandes reunía las condiciones que se establecen en esa ordenanza era preciso —e ignoro si se formalizó— un expediente acreditativo de sus merecimientos, informados por una instancia experta en la materia e ideológicamente neutral, como por ejemplo el Cuerpo de Cronistas de la Villa, cuya función asesora está expresamente recogida en el artículo 3.2 de su reglamento, aprobado por el consistorio en 2009. Las personas que actualmente ostentan esa condición habrían introducido ecuanimidad en la decisión del pleno municipal dada su formación, experiencia y neutralidad.
Por lo demás, no es cuestión de alargarse sobre el madrileñismo acendrado de Almudena Grandes. Basta con remitirse a la magnífica crónica publicada en El Confidencial el pasado 2 de diciembre firmada por Silvia Taulés bajo el título de “Almudena Grandes y su historia de amor a Madrid, más allá de la calle Larra”. Y, naturalmente, conocer sus obras en las que Madrid es, en varias de ellas, el escenario permanente de sus tramas.
En la actualidad, los hijos predilectos de Madrid, vivos, son Plácido Domingo (2013) y Julio Iglesias (2015). El año pasado se concedió a título póstumo al insigne arquitecto y urbanista Arturo Soria y lo fueron también anteriores, en 1994, el poeta y actor Rafael de Penagos y Beltrán Osorio, duque de Alburquerque. En ese elenco, muy bien podría figurar Almudena Grandes, omitiendo cualquier comparación que siempre resultaría odiosa.
Es un tanto mezquino que el alcalde de Madrid emita una especie de veredicto sobre los merecimientos de Almudena Grandes para, acto seguido, desentenderse de su opinión y dar por buena la concesión de un honor a la escritora porque ha logrado con ello la aprobación de los presupuestos municipales.
Martínez-Almeida resulta —al menos para mí— irreconocible en unas declaraciones tan incívicas; en el entendimiento tan procaz de la política; en esa su “sinceridad como pretexto para decir una grosería”, en palabras del mentado Mauricio Wiesenthal. Cierto es que la izquierda no debió introducir entre las contrapartidas presupuestarias este asunto; cierto que pudo y debió emplear otros procedimientos para que se reconociese a Almudena Grandes, pero mucho más cierto es que el alcalde de la capital de España no puede permitirse la indecorosa jactancia con la que ayer intentó descalificar a Almudena Grandes sin reparar en que al hacerlo reducía su dimensión política a una ínfima condición de tratante de mercado.
Es probable que el primer edil madrileño tratase de ‘vender’ el acuerdo presupuestario con los ‘carmenistas’, y que para lograrlo ante su público mostrara su rechazo a la significación ideológica de Almudena Grandes. Si así fuese, el recurso es de vuelo raso, agobiantemente sectario, injusto e inflige un duro golpe a su credibilidad política y a su respetabilidad intelectual. Personalmente, tampoco le deja en buen lugar.
Por todo eso, mejor es que retire sus palabras. Más que nada para que no nos sintamos abochornados los que desde ayer leímos sus declaraciones y las deploramos no solo por razones políticas —que también— sino, especialmente, por motivos cívicos. El decoro sigue siendo una virtud pública. Y es doblemente indecoroso negar una distinción por razones ideológicas y concederla como contrapartida política. Asco.