EL CORREO 11/01/14
· Tras suscribir acuerdos con PSE y PP, el PNV recupera la colaboración con la izquierda abertzale trece años después, aunque asegura que es algo «excepcional».
Ayer, sobre la una y cuarto de la tarde, sonó un ‘clic’ imaginario en la tramoya de la política vasca. Un ‘clic’, todavía inaudible a esas horas pero capaz de remover cimientos que se daban por supuestos. Un chasquido que supondrá «un antes y un después», según reconocen los propios protagonistas, y que propiciará un «cambio radical» a medio plazo en el paisaje, en el que hasta la fecha los caminos del PNV y la izquierda abertzale discurrían paralelos y predestinados a no converger nunca, al menos no a corto o medio plazo. Pero, sobre la una y cuarto de la tarde, el auto del juez Eloy Velasco, que enmendaba la plana a su colega Pablo Ruz y prohibía la manifestación convocada esta tarde en Bilbao en apoyo a los presos de ETA, sacudió las placas tectónicas de la política vasca, y, con un viraje brusco e inesperado, sirvió una imagen de indudable calado que habría parecido inimaginable solo unas horas antes. La del presidente del EBB, Andoni Ortuzar, y su homólogo en Sortu, Hasier Arraiz, llamando juntos a los ciudadanos a concentrarse en silencio como protesta frente a las «medidas excepcionales» adoptadas desde instancias estatales casi dos años y medio después del cese de la violencia de ETA.
Ésa, y no otra, ha sido la razón que ha precipitado una de las decisiones «más difíciles» que el PNV ha tenido que tomar en los últimos tiempos, presionado, por un lado, por su propia reacción airada a las decisiones que la Audiencia Nacional y el ministerio de Interior han ido encadenando en los últimos días –primero la operación policial contra los interlocutores de los reclusos etarras, después, el veto a la convocatoria de ‘Tantaz Tanta’– y, por otro, por la clara conciencia de estar a punto de pisar arenas movedizas tan imprevisibles como peligrosas. Porque, con la fotografía de ayer de los dos líderes nacionalistas –con pose grave y circunspecta Ortuzar, consciente de ser carne de hemeroteca–, flanqueados por los principales rostros del resto de fuerzas políticas y sindicatos abertzales, el PNV da un salto imaginario en el tiempo quince años atrás, a los tiempos del pacto de Lizarra que aún hoy hace fruncir el ceño a los no nacionalistas.
Cinco días antes de la tregua
Hasta aquel acuerdo, firmado el 12 de septiembre de 1998, cinco días antes de que ETA declarara una tregua, hay que remontarse para encontrar un reflejo en imágenes de lo que entonces se dio en llamar ‘unidad de acción abertzale’, que originó, por el principio de acción-reacción, el movimiento constitucionalista y fracturó a Euskadi en dos mitades irreconciliables. Durante la ‘resaca’ de Estella fueron frecuentes también imágenes como la de ayer, sobre todo a raíz del acuerdo de legislatura que el exlehendakari Ibarretxe firmó con la EA de Carlos Garaikoetxea y Euskal Herritarrok, con Arnaldo Otegi al frente. A esas negociaciones le habían precedido largas conversaciones con los socialistas, que vivieron aquellos tiempos como una traición. Máxime cuando, tras romper la tregua, el 22 de febrero de ese año la banda acabó con la vida del exvicelehendakari socialista Fernando Buesa.
Poco después, el pacto con EH quedaría roto y los puentes entre el PNV y el PSE reventados hasta que, en septiembre pasado, Andoni Ortuzar y Patxi López, en otra foto histórica, suscribieron un acuerdo de estabilidad al que, incluso, han sumado al PP en materia fiscal y presupuestaria. El propio jefe del Ejecutivo de Vitoria, declarado partidario de la transversalidad y no precisamente cercano a la izquierda abertzale, saludó el pacto como el final de tres lustros de política de «trincheras» y el inicio de un «nuevo tiempo» en Euskadi. Pero la «cerrazón» del Gobierno central ha acabado por precipitar, o al menos así lo arguye el PNV, lo que nadie podía prever en un momento político en el que el partido jeltzale y Sortu competían a cara de perro por la hegemonía en el seno del nacionalismo vasco. El ‘clic’ imaginario del auto del titular del juzgado de instrucción número 6 de la Audiencia Nacional ha propiciado la recuperación del impulso político al alimón entre las dos primeras fuerzas del país, ahora rivales encarnizados. Aunque desde el PNV se insistía anoche en que se trata de una «colaboración excepcional» para responder a una «situación excepcional».
Recelos y engaños
Desde que la ruptura de Lizarra sembrara de recelos las relaciones entre el PNV y la izquierda abertzale, ambos han coincidido en la calle, sí, pero más bien a regañadientes y nunca como consecuencia de una estrategia pactada. En 2008, 2010 y 2011 el PNV ha participado en diferentes marchas convocadas por plataformas cercanas a las sucesivas marcas de la izquierda abertzale e incluso el propio Ortuzar ha sujetado la pancarta en alguna de ellas. En 2010, Urkullu, entonces presidente del partido, dijo sentirse engañado después de que Ortuzar, en aquella época líder del Bizkai, fuera recibido al grito de traidor y español. Al año siguiente, el hoy lehendakari rechazó echarse a la calle para pedir la legalización de Sortu para no «hacerles la campaña gratis» pero la presión interna del sector más soberanista y cercano a Joseba Egibar forzó al EBB a enviar finalmente una delegación de segundo nivel: siete parlamentarios y un alcalde pero ningún burukide.
A partir de ahí, el PNV decidió dejar de «hacer el juego» a la izquierda abertzale y empezó a denunciar con voz sonora las ataduras que desde su propio mundo se ponía a los presos de ETA para aceptar las vías individuales de reinserción. Hasta que justo después de que el colectivo oficial de reclusos etarras (EPPK) pasara por el aro hace dos semanas y aceptara la legalidad penitenciaria, el juez haya decidido prohibir una marcha, «algo que jamás podríamos haber imaginado». Así, tras un intensísimo debate durante el mediodía y las primeras horas de la tarde de ayer en Sabin Etxea sopesando pros y contras, el PNV decidió que no tenía otra salida que acudir esta tarde a Bilbao. Y que, si acudía, mejor era hacerlo como convocante que como mero convidado de piedra para al menos mantener cierto control sobre la situación, aún siendo plenamente conscientes de que es la izquierda abertzale, admiten, la que se mueve «como pez en el agua» en un contexto que retroalimenta su discurso.
EL CORREO 11/01/14