NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 07/09/13
· Si las vacaciones de agosto se imponen abruptamente, en ocasiones desde mediados de julio, paralizando el país, la vuelta de septiembre suele ser tan escalonada, como desganada. También la vida pública, aunque los dirigentes políticos vuelvan la última semana de agosto, se presenta poco a poco, lánguidamente, postergando los meses calientes para el otoño. Esta plácida vuelta a la actividad aconseja artículos templados que simplemente apunten los asuntos que serán actualidad los meses siguientes; pero la crisis polifacética que nos zarandea a los españoles desde hace demasiado tiempo impone un cambio radical de las costumbres, hasta para los que tenemos un espíritu prudente y hacemos de la moderación nuestra mejor virtud .
En este primer artículo tras el periodo vacacional, no puedo menos que expresar mi máxima preocupación por el lamentable estado de la plaza pública en España. Preocupación que aumenta por la falta de liderazgos que hagan frente al grave proceso de deslegitimación que padecen las instituciones públicas, los partidos políticos, nuestros representantes… en fin «toda la política» de nuestro país.
Embarramiento del que no se libran los medios de comunicación, que han incrementado de forma alarmante su sectarismo, perdiendo su independencia proporcionalmente y convirtiendo la política en un espectáculo de ínfimo nivel, en el que los espacios políticos han robado a las tertulias deportivas su apasionamiento, su fanatismo -el deporte se ha convertido en el último refugio del tribalismo en las sociedades postmodernas condicionadas por las nuevas tecnologías- en la inútil búsqueda de un nuevo oyente, un nuevo espectador o un nuevo lector que les salve de la crisis económica que a todos afecta.
La razón, los argumentos decaen ante el vocerío descalificador y los mensajes contrarios al sistema proliferan, anunciando tiempos todavía más complicados; pareciera como si de un momento a otro todo fuera a dislocarse o, lo que es peor, estuviéramos a punto de reencontrarnos con una rutina tan bulliciosa como ineficaz, tan histérica como poco constructiva y tan habitual en nuestra historia moderna. Efectivamente, no todos los medios se comportan así pero a mi juicio son mayoría los que lo hacen.
Sin ética, ni Política
Creo que el agravamiento de la crisis se debe a dos clamorosas ausencias en la vida pública española: la responsabilidad ética y, ¡sorpréndanse!, la Política (con mayúsculas). Sí, la ausencia del discurso político es clamorosa en todos los ámbitos. Por ejemplo, tal vez exista una estrategia para enfrentar el envite secesionista catalán, pero el silencio del Gobierno, creyendo que es suficiente la aplicación de la ley, sin darse cuenta que sólo es necesaria, o la grandilocuente oferta federalista de la oposición, que cuando el nacionalismo catalán mueve una ceja o estornuda se resquebraja genuflexa para agradar a un nacionalismo cada día más grotesco y menos sutil, no consiguen configurar un discurso nacional, ecuménico, democrático y moderno, que es lo que en estos momentos sería necesario.
La falta de discurso la podemos comprobar también en el País Vasco, donde el partido del Gobierno se encuentra preso de un conflicto entre sus dos almas, según palabras de Carlos Iturgaiz, y un indeciso PSE atrapado entre el recuerdo de su reciente pasado en el Gobierno vasco y un futuro incierto hasta que Patxi López haga pública su decisión en las primarias socialistas. Son dos muestras diferentes de falta de política en los dos grandes partidos nacionales, que podemos extender a otros ámbitos de la vida política española. Si Clinton recordó a Bush padre que su problema era la economía, hoy en España podemos decirle al presidente de gobierno: «¡Mariano, no sólo es la economía!»
La falta de política se palpa también con fuerza en la incapacidad para detener el desprestigio de las instituciones, fiando todo al paso del tiempo, para olvidar este periodo aciago que nos ha tocado vivir, sin comprender que el pasado nunca es esperanzador y situándonos entre ese conservadurismo que reconoce que todo está mal y que cualquier cambio sólo sirve para empeorar las cosas, y la sempiterna inclinación española de volver a empezar.
Pero como decía anteriormente, no es nuestro único problema: la necesidad de establecer un nivel de responsabilidad ética en la vida pública, no sólo en el ámbito político-partidario, que empiece por las más altas magistraturas del Estado, se ha convertido en angustiosa reclamación, a la que es inevitable dar una satisfacción razonable. Los procesos judiciales no pueden eternizarse, los políticos no deben enrocarse, los medios deben cumplir su obligación sin sobreactuar, las altas magistraturas del Estado deben saber que su principal papel es de naturaleza pedagógica y realizar un mayor esfuerzo moral por estar a la altura de sus responsabilidades.
Si no recobramos la Política con mayúsculas y elevamos la responsabilidad moral de lo público, no saldremos indemnes de esta crisis aunque los datos económicos puedan ser mejores en un futuro próximo. La esperanza de los españoles no puede basarse en el simple transcurso del tiempo, es necesario un compromiso y un esfuerzo mayor de quienes están obligados a ello por su responsabilidad pública.
Nicolás Redondo Terreros, presidente de la Fundación para la Libertad.