Juan Carlos Girauta-ABC
Un Pablo Iglesias fundó el PSOE y otro lo va a fundir
La próxima estabilidad que promete Sánchez, traje vacío, es vieja y anormal, de ahí el nombre inverso que le han puesto los ivanes y los redondos. Esos tipos reproducen obras maestras sin haberlas leído. Escoger «Nueva Normalidad» (a partir de ahora NN) es propio del Orwell literato que toma el estalinismo y lo cuenta en su lógica profunda.
Un Pablo Iglesias fundó el PSOE y otro lo va a fundir. No soy el primero ni el último en darse cuenta de tal coincidencia, que Jung llamaría sincronicidad. Pero ojo a la etimología, lo sincrónico es lo sin tiempo. Pide abandonar nuestras coordenadas y aceptar que ciertos sucesos en apariencia casuales están secretamente vinculados. No creo en Jung, pero hay dos
pablos iglesias.
El uno, recién obtenida la única acta de su partido, comunicó en julio de 1910 en las Cortes que, para evitar la vuelta de Antonio Maura a la presidencia, estaban considerando «llegar hasta el atentado personal». El otro, todo un vicepresidente, acaba de informar al tercer partido de la Cámara que «España se quitará de encima la inmundicia que ustedes representan».
¿Sincronicidad? El segundo Iglesias es algo menos explícito que el primero, pero el fundidor del PSOE habla en nombre del gobierno y el fundador lo hacía como oposición unipersonal. Sopesado lo cual, se trata de lo mismo. No cuenta la época en el entramado de los hilos invisibles. Una misma amenaza, que asomó con la Ley de Defensa de la República (la NN de entonces), pesa, fuera del tiempo, sobre la media nación de Gil Robles que no se resigna a morir.
Fue solo una de las varias ocasiones en que el líder de la CEDA advirtió de lo que le estaba pasando a la media España contra la que se gobernaba: se radicalizaba. Don José María sabía demasiado bien que una ley invisible de compensación empujaba a las Juventudes de Acción Popular hacia la Falange. Ahora mismo, el personal medio leído, y los analistas que juzgan la época por un libro o dos, no hacen distingos entre las juventudes de una formación accidentalista, como la de Gil Robles, y la Falange.
Todos fascistas. Como hoy. Por un lado están los partidos de progreso, donde a las viejas siglas (PSOE, ERC, PCE) se suma un grifo con alas de socialismo bolivariano y traseras de un peronismo que no huele muy fresco. Por otro lado están los fascistas. En medio no hay nada. ¿Qué va a haber?
El PSOE ha vapuleado a su satisfacción a quienes mantienen más puentes con la socialdemocracia, vetando a Cs en cualquier manifestación común y llegando a aplicarle la etiqueta de extrema derecha. Un desahogo palurdo con el sello de Lastra que exige ir repitiendo el adjetivo «extrema» para definir al resto de la oposición.
Si no tiran de sentido común, tiren los progres al menos de superstición, que es lo suyo: sincronicidad. ¿Qué creen que ocurrirá con los jóvenes liberales y conservadores a medida que el gobierno del traje vacío recrudezca sus amenazas en la NN?