EL MUNDO 30/05/14
ANÁLISIS
· Al tradicional colectivo ‘okupa’ se han sumado esta semana en las calles de Barcelona muchos espontáneos sin militancia política y varios «profesionales de la violencia»
Enero de 2014. Los distritos de St. Pauli, Altona y Sternschanze de la ciudad de Hamburgo, corazón y riñones del movimiento alternativo alemán, son declarados por la policía «zona de peligro». Una suerte de estado de excepción destinado a frenar los disturbios callejeros con los que, desde finales de diciembre, fue asolada la zona por la mera amenaza de desalojo de un centro okupa, el Rote Flore, un antiguo teatro convertido en epicentro cultural de la izquierda radical.
Las protestas que la ciudad alemana vivió durante aquellas semanas asemejan en espíritu y en forma a lo que sucede esta semana en Barcelona. Pero también a lo sucedido en 2007 en Copenhague (Dinamarca) por la demolición del centro juvenil Ungdomshuset–cuyo desalojo provocó disturbios y 650 detenidos– o a otros tantos disturbios vividos en otros puntos de Europa donde el guión se repite: desalojo de un centro okupado, resistencia y enfrentamientos callejeros. Una historia conocida que ha devuelto al movimiento alternativo radical barcelonés a la primera división, ayudado por la violencia de decenas de espontáneos que se han sumado a la protesta en las calles sin militancia ni vínculos ideológicos con el colectivo.
El desalojo y demolición de Can Vies –sus ocupantes se desmarcaron ayer de los actos violentos– ha espoleado la ira de un colectivo que los informes de los Mossos d’Esquadra describen de heterogéneo y con gran influencia de otros colectivos europeos. En especial italianos, griegos y alemanes, como certifican las detenciones de extranjeros realizadas a lo largo del último lustro, durante el cual han protagonizado en la capital catalana choques con centenares de detenidos, heridos y destrozos en negocios privados y mobiliario urbano. En su historial se incluyen imágenes icónicas, como la okupación de la antigua sede de Banesto en plena plaza Catalunya en 2010 –cuyo desalojo provocó graves enfrentamientos– o la quema de una cafetería durante la huelga general de marzo de 2012.
Unos incidentes protagonizados por una cantidad indeterminada de activistas –el ex conseller de Interior Felip Puig se limitó en 2011 a cifrarlos «entre 300 y 600 profesionales de la violencia»– que militarían activamente en los movimientos okupa, anarquista e independentista radical. Tal abanico ideológico les permite, según los analistas, utilizar el paraguas de movilizaciones de sindicatos estudiantiles, huelgas generales o protestas antifascistas, como las que periódicamente se organizan contra la filonazi Librería Europa. También para protagonizar, como en los primeros momentos del conflicto por Can Vies, sus propias batallas a las que, cuando el conflicto se enquista como esta semana, se suman decenas de personas que alimentan la violencia gratuita. De ahí el perfil de los detenidos, mezcla de menores de edad sin antecedentes y veteranos del colectivo.
En todos los incidentes, además, suele repetirse el uso de walkie talkies para esquivar los inhibidores policiales o su localización por GPS. Las técnicas de guerrilla urbana y las capuchas son también una estética heredada de los Black Bloc nacidos en Alemania que, con el cambio de siglo, captaron la atención mediática en las protestas antiglobalización por su organización y capacidad para burlar a la Policía.