PEDRO CHACÓN-EL CORREO

  • El filósofo se pronunciaría hoy escandalizado por que Euskadi está a la zaga de la conexión por AVE con el resto de España y de Europa

Respecto de ambos, como de todos los temas que trató el autor de ‘Paz en la guerra’, siempre se colocó en una posición que nunca podríamos calificar de maniquea o de a favor o en contra. Unamuno, como con todo, desnudó el euskera y el tren de arriba abajo, puso ambos conceptos del derecho y del revés. Los deconstruyó, como se dice hoy, pero al mismo tiempo los amó y los despreció, los ensalzó y los vilipendió. El euskera que cultivó en su llamada etapa foralista luego lo defenestró en su etapa socialista (del mismo modo que luego se alejó del socialismo). Y el tren fue para él el símbolo del progreso, pero de un progreso que también experimentó diferentes etapas en su consideración y que le sirvieron para hablar de un progreso material, de un progreso civilizacional y también de un progreso alienante, contrario al progreso espiritual.

Si Unamuno estuviera hoy entre nosotros, asistiría perplejo a lo que estamos viviendo en el País Vasco respecto de ambas cuestiones. El euskera, que él consideró, en aquel famoso discurso de los Juegos Florales de Bilbao de 1901, como próximo a desaparecer y se congratuló de que así fuera, es hoy una lengua unificada desde 1968 y sostenida desde la Administración con una parte considerable del presupuesto público, presente en todos los grados de la enseñanza, así como en los medios de comunicación públicos y en la producción cultural. Desde aquel discurso de Unamuno contra el euskera, ha habido voces que han desafiado el insobornable carácter intelectual de su autor con ocurrencias como la de que eso lo decía porque no sacó la cátedra de euskera de la Diputación que se llevó Azkue (y en las que también salió trasquilado Sabino Arana) o que si hubiera seguido viviendo en Bilbao en lugar de irse a Salamanca otra opinión habría tenido. Son mensajes simples, ignorantes de la complejidad intelectual del autor de ‘Del sentimiento trágico de la vida’. Y, además, a quien opina así también se le podría reprochar que lo hace porque vive del jugoso entramado clientelar y administrativo construido a mayor gloria de la lengua autóctona.

Ahora que una nueva ley de educación vasca está debatiendo sus definitivos perfiles y que surgen voces sobre que habría que dar todavía más presencia al euskera porque en el borrador no salen los términos ‘vehicular’ o ‘inmersión’ que lo apuntalen más sobre el uso escolar del castellano, habría que traer a colación a Unamuno e incluso al dicho jesuítico, que seguramente don Miguel no despreciaría en este caso: «Nada en demasía». Habrá quien piense que cuarenta años de volcarse en la imposición del euskera en la escuela vasca no son suficientes y que es por eso que los resultados apenas se perciben en la sociedad. Pensarán que hay que darle más tiempo y más rigor. Pero lo cierto es que el otro día en las campas de Foronda, en el Alderdi Eguna, Andoni Ortuzar contó los mejores chistes en castellano.

Y en cuanto al tren, el autor de ‘Por tierras de Portugal y España’, que tanto visitó gracias al ferrocarril, seguro que hoy se pronunciaría escandalizado por que el País Vasco estuviera a la zaga de la conexión por AVE con el resto de España y de Europa. Todas las regiones españolas están ya por delante de nosotros. Y la puntilla la dio hace poco el Gobierno francés, tan europeísta de boquilla con Macron pero tan nacionalista en la práctica, cuando anunció la prioridad de la línea de Burdeos a Toulouse, que va a relegar la conexión con la frontera de España para finales de los años treinta. Y, mientras tanto, tampoco podemos decir que las conexiones interiores y las estaciones en las capitales vascas vayan más rápido.

Cuánto nos recuerdan estos temas al añorado alcalde Iñaki Azkuna. Él, que llegó a ser nombrado caballero de la Legión de Honor francesa, que hermanó las villas de Bilbao y Burdeos, que tanto abogó por su unión mediante un tren de alta velocidad. Y también, como gran unamuniano que fue, seguro que habría contribuido a relajar el ambiente en cuanto a maximalismos lingüísticos de todo signo, en aras de la convivencia, de la tolerancia, del vivir al ritmo de la gente y no al de los políticos y sus intereses tan prosaicos, tan simples, tan banales. Me regaló una caja con todos los libros editados por el Ayuntamiento, con una nota manuscrita que conservo. Yo había escrito bien de él, es cierto, pero no como para esperar algo así.