El Correo-ANDRÉS ORTIZ-OSÉS

Desde las guerras carlistas, Unamuno siempre estuvo en guerra, consigo mismo y con los demás, hasta con Dios o al menos con su Iglesia, con la Monarquía y la dictadura, con la República y el fascismo, con los bolcheviques, contra esto y aquello, los ‘hunos’ y los ‘hotros’. El excitador de las Españas es un filósofo existencialista (cristiano) que aboga por la razón existencial, junto a Ortega con su razón vital. Pero Ortega es un liberal, mientras que Unamuno es un espíritu libre, lo que mi colega en Deusto Xabier Arzalluz llamaba el vasco rebelde, solo que el dirigente nacionalista lo aplicaba a los nacionalistas.

Pero Unamuno no es nacionalista vasco ni español, intenta reunir el casticismo español y la racionalidad europea, el catolicismo y el protestantismo de Kierkegaard y socios. Su figura es quijotesca, con un idealismo que trata de superar nuestro realismo sanchopancesco. España es su gran pasión, una pasión nada inútil pero sí polémica, porque acusa a izquierda y derecha de haberla abandonado a su mala suerte. Lo que intenta es la gran mediación entre unos y otros, y se inmola como gran mediador, aunque no siempre remediador. Pero los contrarios se remedian en su propia figura mediadora, aunque acabe tambaleándose vapuleado por los bandos en discordia. A unos les echa en cara la razón que proclaman desde la izquierda sin practicarla, a los otros el falso cristianismo que predican desde la derecha.

Salamanca es la testigo de semejante discordia, como pone de manifiesto el film de Amenábar ‘Mientras dure la guerra’; la ciudad universitaria que para los que hemos pasado por sus aulas revisitamos aquí en su esplendor pétreo típicamente castellano. La película resulta impresionante y preciosa como una joya mutilada, aunque no necesariamente precisa literalmente pero sí simbólicamente, así como en lo que respecta al sentido o más bien sinsentido de nuestra contienda. Recrea los primeros meses del levantamiento de Franco frente a la República, en los que Unamuno primero lo defiende y luego lo repudia. La representación juega con la figura del filósofo frente al general Millán-Astray, contrarios no complementarios, mientras sitúa a Franco, el militar impasible, como opuesto complementario del legionario pasional (el Pasionario frente a la Pasionaria).

Pero quizás lo más interesante de ella es que capta la guerra intestina desde dentro y desde fuera, no en vano su director es un español de origen chileno. Solo los extremos de uno y otro bando pueden sentirse zaheridos por un largometraje tan equilibrado, lo que viene a significar que nos sigue faltando o fallando el centro o medio político de la concordia y el encuentro hasta nuestros días de nuevos/viejos desencuentros. Por lo demás, resulta antológica la ubicación de Unamuno entre su familia, rememorando su amor filial por su esposa maternal, así como describiendo su amistad con el discípulo socialista y el pastor protestante y masón, ambos fusilados por los nacionales.

Como ya es sabido, el clímax del filme llega al final, en la confrontación entre Unamuno y Millán-Astray en la Universidad salmantina, aquel advirtiendo que ‘vencer no es convencer’ y este gritando ‘Arriba España’ y ‘mueran los intelectuales’, así pues ‘Viva la muerte’. El director está en su derecho de dramatizar un encuentro/encontronazo que no fue tan dramático, pero lo suficiente como para subrayarlo en tinta roja de sangre. Pues lo más grave no es el sentimiento trágico de la vida, al fin y al cabo tan arquetípicamente humano, sino el resentimiento trágico de la vida, como lo llama el libro póstumo de nuestro filósofo. Por eso Unamuno acabará pidiendo a un Dios materno/paterno que lo acoja en su pecho, misterioso hogar, tras tanto bregar.

Contradictorio como la vida misma, Unamuno busca una síntesis solucionadora o salvadora frente al análisis contrario de los sectarios, así como frente a su utopía loca o dislocada entre Hitler y Stalin. El escritor F. Mauriac decía que de nada sirve al hombre ganar la luna si pierde la tierra. Por eso Unamuno vociferó desde la tierra madre, de aquí mi propuesta final: unamunámonos en torno a Unamuno fratriarcalmente.