Pedro García Cuartango-ABC

  • En lugar de mostrar alguna cautela, ahora todos cierran filas con Sánchez y empeñan su palabra en el aval a dirigentes bajo sospecha

La cita es de Lenin: «Es cierto que no existe la unanimidad entre los marxistas rusos. Ello no es una debilidad. Lo que demuestra es la fortaleza de nuestra socialdemocracia». La frase del líder soviético data de antes de la toma del poder por los bolcheviques. Luego, Lenin cambió de opinión e instauró una férrea censura, aunque siempre aceptó el debate interno entre los dirigentes del partido. Stalin acabó con cualquier discrepancia.

Como militante de la izquierda en mi juventud, conozco muy bien la cultura de la adhesión, que implicaba que cualquier critica a la dirección de la organización era sospechosa de entreguismo al adversario. Tenía su lógica cuando el régimen de Franco reprimía la libertad.

Durante la Transición, el PSOE fue un partido abierto con distintos sectores que divergían en cuestiones esenciales. Ya es sabido que Felipe González dimitió de su cargo de secretario general en 1979 cuando el Congreso se negó a abandonar el marxismo como línea ideológica. Más tarde, guerristas y renovadores libraron una batalla por el control del aparato. Décadas después, Pedro Sánchez ha convocado un nuevo Congreso que se celebrará este fin de semana. Tanto los medios afines como los más críticos coinciden en que el presidente reforzará su poder y aprovechará esa posición para laminar a los barones díscolos en los próximos meses.

Tal y como se ha desarrollado el preludio, no hay ninguna duda de que no va a haber debate interno ni sobre la estructura organizativa ni sobre el programa. Todo lo decide Sánchez y los delegados se limitarán a refrendar lo que el jefe tenga a bien proponer.

Sánchez controla el Gobierno, el grupo parlamentario, la organización del partido y las instituciones que ha colonizado mediante nombramientos de amigos y aliados. El mérito y la capacidad no le interesan, sólo la fidelidad. Quien se mueve, no aparece en la foto. Ya explicó Étienne de la Boétie los mecanismos de la servidumbre voluntaria que tanto han arraigado en el PSOE.

Que la unanimidad y el culto a la personalidad al líder, tan cara al socialismo real, hayan acabado por imponerse en el partido de Sánchez explica muchas de las cosas que han pasado en los últimos años. Y sirve para entender por qué los Ábalos, Koldos y Aldamas han prosperado en Ferraz.

En lugar de mostrar alguna cautela, ahora todos cierran filas con Sánchez y empeñan su palabra en el aval a dirigentes bajo sospecha. ¿Por qué están tan seguros? La pregunta es si dimitirán si se demuestra, por ejemplo, que Santos Cerdán cobró comisiones, lo cual de momento es una mera hipótesis.

El PSOE empieza a parecerse a una secta que se mueve por la fe ciega en el líder y no por las convicciones. Parece muy arriesgado fiarlo todo a una persona que ya ha demostrado que sus intereses pesan más que sus principios.