La baja participación que ha ido asociada a las elecciones europeas siempre que se han celebrado en solitario, como este domingo, parece ser la razón de fondo que explica el carácter especialmente bronco de la competición política para este 9-J. La necesidad de los partidos de movilizar a su electorado ha dado pie a una de las campañas más sucias que se recuerdan, con una retórica inflamada por parte de los principales contendientes para desgastar a sus rivales directos con golpes bajos.
La ironía es que esta campaña del fango está contribuyendo a la desmovilización, al ocasionar que crezca el número de votantes que no saben qué papeleta escogerán hasta el último momento. La mayoría de indecisos se encuentran entre el electorado del PSOE. De ahí que Sánchez se haya volcado en reeditar la estrategia del miedo a la ultraderecha para reactivar a los suyos que ensayó el 23-J, cuando los trackings secretos sugerían una remontada de los socialistas.
En las últimas semanas se ha dado un recorte parejo de la ventaja del PSOE con respecto al PP, que partió como gran favorito en los sondeos. Cuando los últimos datos arrojan un escenario de empate técnico, Sánchez ha reconvertido la citación judicial a su esposa en su último gran acto de campaña y acicate definitivo para su relato de bastión socialdemócrata global contra la «internacional ultraderechista». Un marco alimentado también gracias al enfrentamiento con Milei y a su liderazgo en la causa por el Estado palestino.
Podría decirse que el PP ha querido convertir el 9-J en un plebiscito sobre la gestión de Pedro Sánchez, y el PSOE en un plebiscito sobre la honradez de Begoña Gómez. Del desenlace de este planteamiento se desprenderá si concluye el constante ciclo electoral abierto hace un año con las autonómicas y municipales, e intensificado en los últimos cuatro meses con las elecciones gallegas, vascas y catalanas.
Pero junto al escenario de una clarificación del panorama político está también el de la apertura de un nuevo ciclo electoral. Porque una victoria de Sánchez podría incentivarle a adelantar elecciones para no depender de Puigdemont y desbloquear encadenadamente la investidura de Illa en Cataluña. Pero un triunfo holgado del PP acentuaría la debilidad parlamentaria de Sánchez y comprometería sus posibilidades en Cataluña.
De ahí que la campaña se haya desarrollado en clave casi exclusivamente doméstica. Y no es para menos, porque el 9-J reviste la importancia propia de las primeras elecciones de ámbito nacional en las que los ciudadanos podrán pronunciarse sobre la Ley de Amnistía, la iniciativa más controvertida de la historia de la democracia española.
Pero cabe lamentar que en la campaña de las elecciones europeas probablemente más trascendentales de los últimos años los temas estrictamente comunitarios no hayan tenido apenas cabida en la discusión. Este 9-J puede marcar la consagración de la extrema derecha como primera fuerza en varios países europeos, y la posibilidad de que accedan al núcleo de la toma de decisiones de la UE.
Todo apunta a que Europa girará a la derecha. Y si este vuelco se traslada a la gobernanza de la Unión, forzando un cambio de los equilibrios de poder, podría bascular en cuestiones capitales de política comunitaria como la energética y la agrícola, y de política exterior como la relación con los países del Este.
La novedad de este 9-J es que si bien ya en el 2019 se resquebrajó el tradicional bipartidismo europeo ,y crecieron las fuerzas euroescépticas y soberanistas, esta es la primera vez en que el ascenso del conjunto de la derecha radical a la segunda fuerza europea podría acabar con la alianza entre la democracia cristiana y la socialdemocracia que ha gobernado la UE desde su fundación.
Este domingo se dirime si Europa profundiza en el proceso de integración comunitaria, o si este comienza a revertirse gracias a un cambio de modelo forzado por el proceso de renacionalización que propone la ultraderecha.
En un momento especialmente delicado a nivel geopolítico, no conviene que las amenazas externas que acosan al proyecto europeo se vean reforzadas por amenazas internas. El momento exige una Europa convertida en potencia global y con una apuesta geoestratégica fuerte, algo que sólo será posible con una mayoría en el Parlamento Europeo a favor de la cohesión.
Lo deseable después de este 9-J, y por muy embadurnada de fango que haya estado la campaña electoral, es que la Unión Europea siga ejerciendo como espacio de consenso y unidad por encima de la polarización que impera en la política de la mayoría de los Estados miembro. Un clima de tensión que ha hecho de esta campaña una de las más violentas que se recuerdan, con varios intentos de magnicidio como el que sufrió el primer ministro eslovaco Robert Fico, o el de este mismo viernes a la primera ministra danesa en Copenhague, sólo un par de días después del ataque con un cuchillo contra un miembro de Alternativa por Alemania.