Ignacio Camacho-ABC
- Al sanchismo se le desbarata el proyecto. Acusa prematura fatiga de materiales y sufre una sangría de adeptos
A Sánchez se le desbarata el Gabinete. La remodelación-purga de julio apenas le ha durado intacta seis meses. Se desembarazó de su círculo de confianza para superar el escándalo del indulto al ‘procés’ y contener con un equipo reconstruido el desgaste pandémico, pero los nuevos ministros, salvo Bolaños, carecen de influencia, de proyección y de roles de peso. La renuncia de Castells le abre otra minicrisis, esta vez en la cuota de Podemos que Iglesias y Díaz se negaron a tocar en el reajuste veraniego. El grado de relevancia del dimisionario en el Ejecutivo era cero; no pintaba nada y a efectos prácticos daba igual que estuviese fuera que dentro. Lo único que su marcha pone de manifiesto es que el Gobierno se ha convertido en un artefacto hueco, un aparcadero de inutilidades con sueldo. Y encima comienzan a salirle agujeros.
Castells es un sociólogo con reputación de gurú académico sin el menor pertrecho para desempeñarse en política. En 2016, un Sánchez recién expulsado de la jefatura del PSOE fue a verlo a California y el veterano profesor de Berkeley sintió una suerte de epifanía. Creyó que estaba ante un líder providencial para la regeneración progresista; Santa Lucía le conserve la visión intuitiva. Cuando Ada Colau propuso su nombre a Iglesias para ocupar un ministerio de su cupo, el presidente creyó que colocaba a uno de los suyos. Sin embargo resultó no ser de él ni de nadie: simplemente no estuvo. Su absentismo somnoliento desató bromas, ‘memes’ y sarcasmos lacerantes. Dejó dos o tres ocurrencias estrambóticas -y sectarias- en el aire y por sorpresa sacó un proyecto de ley de Universidades que compañeros y rivales coincidieron en calificar de mezcla entre bodrio y disparate. El rechazo del sector afectado le obligó a devolverlo a los corrales, y el resto ya se sabe. Se va, además de por algún achaque de salud, porque al fin y al cabo se puede ir, a la jubilación o a sus quehaceres intelectuales. Sus colegas Garzón, Belarra y Montero, tan prescindibles como él, carecen de esas posibilidades y fuera de la política no son capaces de llegar a ninguna parte.
El sustituto escogido, Joan Subirats, otro hombre de Colau, también es catedrático y se le atribuye cierto pensamiento estratégico. Los trompeteros del oficialismo venderán el relevo como un movimiento de refresco. Pero la realidad es que el sanchismo acusa fatiga de materiales y sufre una sangría de adeptos, y que los cambios de piezas no surten efecto. Empieza a oler a fin de ciclo anticipado. Sánchez tendrá que tirar de todo su instinto de supervivencia para completar el mandato. El Gobierno de adolescentes ha envejecido de golpe antes de cumplir los dos años. La cohabitación es cada vez más tensa, las encuestas van cuesta abajo y la candidatura de Yolanda Díaz se perfila con vocación de capitalizar el palpable desencanto de la izquierda ante un líder quemado.