Iñaki Ezkerra-El Correo
En un país democrático, la crítica al Gobierno no debe interrumpirse nunca
Es una cantinela que se nos está repitiendo estos días: ‘No es la hora de la crítica al Gobierno, sino de la unidad’. Vayamos por partes. En un país democrático, la crítica al Gobierno y a lo que haga falta no debe interrumpirse nunca en nombre de nada, pues en el ejercicio de ese derecho básico reside la misma esencia del sistema de libertades. Presentar ese valor fundamental como opuesto a la necesaria unidad de la ciudadanía para luchar contra una amenaza colectiva (el coronavirus en este caso) es un sofisma que lleva el sello de los más genuinos autoritarismos y totalitarismos.
La crítica no está reñida con la unidad, entendida ésta como el sometimiento cabal y responsable a las leyes, reglas y consignas dictadas desde el orden y el poder institucionales. Paradójicamente, quienes aquí han desobedecido del modo más reincidente los protocolos de seguridad impuestos por el Ejecutivo Sánchez no han sido las gentes de la oposición, sino el propio Sánchez e Iglesias, su vicepresidente segundo en ese Ejecutivo. Este último es quien ha escenificado con más ahínco la falta de unidad en el propio Gobierno y el que ha trabajado, sin tregua ni cuarentena que valgan, por la desunión de los españoles con su expreso apoyo a la cacerolada del 18-M contra el jefe del Estado.
No. Ni los sufridos y obedientes ciudadanos infectados ni los disciplinados y sacrificados sanitarios, a todos los cuales se les niega la prueba a la que ha tenido un impúdico y obsceno acceso nuestra roedora clase política, están rompiendo unidad alguna por más que despotriquen contra este Gobierno inolvidable. De este modo, lo que se nos pide con la mordaza crítica no es unidad, sino adhesión. Adhesión a la propia desunión que ese Gobierno padece y postula. Semejante petición aún resulta más inadmisible cuando dicho Gobierno no se queda quieto y aprovecha el tardío decreto ley de medidas contra la pandemia para colar en la comisión de control del CNI a su más estrafalario representante y cuando, lejos de la menor autocrítica, Sánchez comparece ante los medios para soltarnos su famosa teoría del «sesgo de retrospectiva», que serviría para exculpar a los gobernantes más calamitosos de la Historia universal. No es difícil deducir que se trata de una ocurrencia de su asesor áulico Iván Redondo. El problema es que no habido un gobierno en España que más haya alardeado de prever el futuro. El propio Redondo dirige una Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo, cuyo nombre compite en pomposidad con la cartera del propio Iglesias llamada ‘de Derechos Sociales y Agenda 2030’. Escribo ‘Agenda 2030’ y me entran sudores fríos. Voy a ponerme el termómetro.