Xavier Pericay-Vozpópuli
- Lo único importante, en realidad, es que con la supresión de un ministro y un ministerio dejaremos de dilapidar cientos de miles de euros del presupuesto
Yo no sé si Yolanda Díaz, Alberto Garzón, Irene Montero, Ione Belarra o Manuel Castells saben quién fue Julio Camba. Puede que a Castells, de todos el más leído, le suene el nombre. Al fin y al cabo, comparte con el periodista de Villanueva de Arosa la vena anarquista –el resto de carteristas de Unidas Podemos, esto es, de poseedores de carteras, son todos comunistas–, aunque el anarquismo de Camba pronto se disipó, mientras que el de nuestro ministro de Universidades sigue guiando sus pasos, por más que, tal y como admitía él mismo hace meses, en tanto que ministro no lo practique. Claro que una cosa es que a Castells le pueda sonar el nombre de Camba, y otra muy distinta que haya leído algo suyo. Y lo que ya me parecería de todo punto milagroso es que conociera ‘La tiranía del trabajo’, ese pequeño tesoro que el periodista gallego incluyó hace un siglo en el último apartado de La rana viajera, justamente titulado ‘La antipolítica’.
De haberlo hecho, de haber tenido la ocasión y haberse tomado la molestia de leer el artículo, Castells habría encontrado en él reflejado lo que ha sido la actitud, y por ende la conducta, de sus compañeros ministeriales –a los que hay que añadir, por cierto, el cesante Pablo Iglesias– y de sí mismo a lo largo del último año y medio. Oigamos a Camba: “Para mí, toda la cuestión social se reduce a una cosa: que el hombre no quiere trabajar y que es preciso que trabaje. El hombre no quiere trabajar doce horas, ni ocho, ni cinco, ni dos; no quiere trabajar en un trabajo desagradable ni en un trabajo agradable; no quiere trabajar absolutamente nada. Pretender establecer el trabajo colectivo como base de la sociedad futura me parece, por lo tanto, un absurdo”.
El caso es que uno de ellos deberá renunciar al cargo de ministro si, como parece, el presidente Sánchez acomete próximamente una remodelación de su gabinete
Así las cosas, no es de extrañar que Luca Costantini esté hasta arriba de trabajo. Lo que no trabajan esos ministros lo trabaja él. Costantini, como sin duda les consta, es quien se ocupa de Unidas Podemos en Vozpópuli. El experto, en una palabra, el que trae exclusiva tras exclusiva sobre el acontecer de los antaño abanderados, junto a Ciudadanos, de la nueva política. Y lo cierto es que en los últimos tiempos el hombre no da abasto. Primero fue la tocata y fuga de Iglesias y su sustitución por el dueto Díaz-Belarra. Luego, la encrucijada creada por la necesidad de optar entre Garzón y Castells ante el imperativo de tener que prescindir de uno de los ministerios de cuota. Y este mismo lunes, sin ir más lejos, Costantini firmaba aquí una pieza en la que abría todavía más el compás e incorporaba a los nombres de la ruleta los de Belarra y Montero, si bien por razones distintas –la estricta dedicación al partido, en el primer caso, y la inutilidad o el cansancio, en el segundo–. El caso es que uno de ellos deberá renunciar al cargo de ministro si, como parece, el presidente Sánchez acomete próximamente una remodelación de su gabinete.
Si esto fuera una empresa, la elección de la víctima dependería del rendimiento de cada candidato, o sea, de la relación coste-beneficio. Pero esto no es una empresa, es un partido político. Mejor dicho, son tres en uno. Y dejando aparte a la vicepresidenta Díaz, cuyo futuro en estos momentos no está en juego, el resto más bien destaca por su aversión al trabajo. Una vez leídas las respectivas hojas de servicio, se produce lo que los franceses llaman l’embarras du choix. Todos han hecho méritos bastantes para que la bicoca ministerial se les acabe. Incluso Belarra, si atendemos a su anterior labor como secretaria de Estado. Todos siguen al pie de la letra, en definitiva, lo que Camba estableció hace un siglo: que el hombre –y ello incluye, claro, a la mujer– no quiere trabajar absolutamente nada. De ahí que poco importe la naturaleza de la víctima. Lo único importante, en realidad, es que con la supresión de un ministro y un ministerio dejaremos de dilapidar cientos de miles de euros del presupuesto. Eso sí, lástima que en vez de uno no sean dos, o, ya puestos, los cinco.