EL MUNDO – 26/03/16 – EDITORIAL
· Que en política muchas veces hay sumas que en realidad restan lo vuelve a confirmar el guirigay perpetuo en el que lleva instalada Junts pel Sí desde la investidura in extremis de Carles Puigdemont como president de la Generalitat. La coalición que agrupa a Convergència, ERC y otras figuras independientes es tan heterogénea que no consigue disimular sus fricciones y luchas internas en cada debate en el Parlament. De hecho, lo único que ha evitado que la agrupación salte ya por los aires es su común objetivo independentista –a nivel municipal, sonora ha sido la ruptura en el Ayuntamiento de Girona–.
A las tensiones internas se suman las constantes presiones de la CUP, la formación antisistema en cuyos brazos se lanzaron los convergentes para poder gobernar. Y aún más. Junts pel Sí no ha podido evitar fracturarse ya en varias votaciones sobre cuestiones sociales promovidas por partidos de izquierda, que han evidenciado las irreconciliables posturas de Convergència y sus socios republicanos en cuestiones que afectan al modelo económico y de sociedad. La gota que ha colmado el vaso ha sido una propuesta para eliminar las subvenciones a escuelas privadas del Opus Dei que ha distanciado todavía más a unos y otros diputados.
El resultado de todo ello es que la coalición independentista está ofreciendo una lamentable imagen de desunión, falta de liderazgo y de proyecto, que no hace sino engordar las perspectivas electorales de la marca catalana de Podemos, Catalunya Sí que es Pot. La encuesta del Centro de Estudios de Opinión de hace sólo unos días ha hecho saltar todas las alarmas en la cúpula de la antigua Convergència. De celebrarse ahora unas nuevas elecciones autonómicas, Junts pel Sí pasaría de los actuales 62 escaños a 56-58. Un retroceso que le dejaría sin mayoría absoluta aunque volviera a respaldarle la CUP. En cambio, Catalunya Sí que es Pot experimentaría una espectacular subida, doblando sus apoyos actuales hasta los 23 escaños –que le situarían como segunda fuerza en el Parlament, desplazando a Ciudadanos–.
Este auge se explica por la gran oportunidad que representa este escenario para la coalición de izquierdas para apropiarse de la bandera social, ya que a ERC le está pasando, como es lógico, una fuerte factura su incoherente alianza con Convergència –formación de centroderecha–. Tampoco entienden muchos de los seguidores de la CUP su investidura a Puigdemont, por más que los anticapitalistas se escuden en la hoja de ruta independentista. Máxime cuando a nadie se le escapa que el órdago al Estado está tan plagado de retórica como abocado al fracaso y que, sin embargo, genera un grave escenario de incertidumbre e inestabilidad política que impide aprobar las leyes y reformas necesarias para que Cataluña salga del marasmo económico en el que se encuentra.
En ese sentido, las fricciones en Junts pel Sí y su tensión con la CUP están teniendo efecto en las dificultades para tramitar los Presupuestos, cuya aprobación se convertirá en la primera gran prueba de fuego para la supervivencia de la alianza parlamentaria. Puigdemont ha advertido a los antisistema que las medidas sociales contenidas en el plan de choque económico que JxSí les ofreció a cambio de la investidura dependen de que se aprueben unos nuevos Presupuestos, dado que siguen prorrogados los de 2015.
Pero el president trata de imponer el pragmatismo y busca avanzar en medidas realistas a lo largo de la legislatura. Una actitud que choca frontalmente con la de la formación anticapitalista, que no ha dudado en pisar el acelerador y en meter el dedo en el ojo al Govern con una moción para forzar un choque frontal con el Tribunal Constitucional. Es el último quebradero de cabeza para Puigdemont, quien no logra ocultar su incapacidad para coger las riendas en una situación tan semejante a una jaula de grillos.
En el mismo barómetro del CEO se reflejaba una bajada de los partidarios de la independencia hasta el 45,3%, en empate técnico con quienes la rechazan, un 45,5%. Es bochornoso que Cataluña sufra una auténtica parálisis política por culpa de unos dirigentes a los que sólo les une una ensoñación soberanista que no comparte ni la mitad de los catalanes.
EL MUNDO – 26/03/16 – EDITORIAL