Rosa Martínez-Vozpópuli

Hay gente que pensaba que no llegaríamos hasta aquí. Que eso de la amnistía no podía ser, que tendría que pararse de algún modo. Supongo que es toda esa gente que estos días se ha llevado las manos a la cabeza cuando se ha aprobado la ley de amnistía en el Congreso esta semana.

No me he alarmado, no me he sulfurado ni tampoco me ha extrañado lo más mínimo. Hace tiempo que sé que Sánchez es capaz de cualquier cosa con tal de permanecer en el Gobierno y, además, por lo que sea, de que tiene también impunidad para hacerlo. Ya me rasgué las vestiduras cuando tuvimos en este país dos decretos declarados inconstitucionales y no pasó nada. Absolutamente nada.

Ya me sulfuré en su momento cuando Pedro Sánchez pactó con quien dijo una y mil veces que no iba a pactar para conseguir ser Presidente, cuando se nos impuso al hombre de la capucha y los tiros en la nuca como un “hombre de paz” y se nos repitió hasta la saciedad que ETA no existe, mientras andaban de un lado para otro con los restos de un dictador que murió hace medio siglo y machacando con historias de una guerra que terminó hace 85 años nada menos.

Sánchez ha incumplido todas y cada una de sus promesas desde que consiguió hacerse con la presidencia de este país y, aún así, tiene a todos los palmeros del periodismo coreando “es que ha cambiado de opinión”. Es la primera vez en España, si no me falla la memoria, donde el periodismo no se dedica a hacer preguntas al Gobierno, sino que realiza una labor consistente en explicarnos a los ciudadanos lo que hace el Gobierno y justificarlo.

¿Tengo que hacerme la ofendida porque el mentiroso más caro de España nos habla de una España unida, cuando los que han votado en contra de la ley es casi el mismo número que ha votado a favor? ¿Dónde está la unión? Yo, si quieren, me ofendo y me enfado mucho, pero es que con esto de las dos Españas ya llueve sobre mojado y quien no entendiera lo de los dos bloques de Sánchez en su momento, a lo mejor ahora termina de entenderlo. Quizá ya de paso entienda también que para nuestro presidente la única España que existe y que le importa es la que es capaz de votarle y aplaudirle a él, haga lo que haga y diga lo que diga, porque a este hombre no le basta con los votos, necesita también los vítores y laureles del populacho, como si fuera uno de los mismísimos emperadores de la antigua Roma.

No repara en que no es emperador, no es dios y tampoco es un acto misericorde, puesto que no tienen cabida el perdón ni la reconciliación con quien no quiere redimirse

Nos dice el emperador que todo esto es por la convivencia y que es más valioso el perdón que el rencor. Se olvida, tal vez porque de justicia nada saben los injustos ni los necios, de que la justicia es más valiosa aún que el perdón. O tal vez porque en los ojos del emperador no hay nada que le haga tan grande como perdonar, como si de un poderoso dios se tratara, mostrando su misericordia en respuesta a las plegarias de los desesperados. No repara en que no es emperador, no es dios y tampoco es un acto misericorde, puesto que no tienen cabida el perdón ni la reconciliación con quien no quiere redimirse y no solo no te pide indulgencia, sino que siente tu cesión como una victoria y así te lo hace saber, orgulloso de lo que ha hecho y sin mostrar arrepentimiento alguno.

Nos hablan de convivencia con quien no quiere convivir, puesto que sueña con no pertenecer a España, separarse de todos nosotros y advierte que su siguiente paso será en ese camino.

No, señores socialistas, no hay unión, convivencia ni es un acto misericorde. Es un acto miserable. Los valores no se definen por las palabras, sino por los actos. Este es el valor verdadero del socialismo: miserable. Y por aquello de que a veces se nos olvida el significado de las palabras, miserable es el que obra de un modo negativo, malvado, abusivo, sin consideración o respeto, que perjudica a los demás para su propio beneficio.

El emperador de los traidores

Así que no me digan que insulto, que soy una máquina de fango o cualquier otra estupidez, cuando afirmo que el presidente de España es un miserable. Es el calificativo hecho a medida para el emperador de los necios y de los traidores.

No, no estoy ofendida, enfadada, sulfurada ni sorprendida. Simplemente veo con resignación la caída de todo lo que algún día me importó, porque ya me enfadé cuando supe que lo perdería. Y de eso hace ya mucho tiempo. Tanto como el que lleva el PSOE gobernando con Sánchez a la cabeza.

Lo peor de todo no es lo que sé que aún me queda, nos queda, por perder, que va a ser mucho, sino lo que no sé, que seguro que es más.