ABC-JON JUARISTI

Lo que no sería permisible en la calle se admite y disculpa en los campus

HACE ahora veinte años, nos reventaron a Françesc de Carreras y a mí una mesa redonda en la Universitat de Barcelona. Lanzaron botes de pintura amarilla sobre nuestras acompañantes y nos acribillaron con monedas, mecheros y pedruscos. Yo traté de partirle la crisma a uno de los atacantes con la base del micrófono, que me pareció lo bastante contundente para ello, pero me vi alzado en vilo por unos cuantos de los organizadores del acto al grito de «¡no los provoques, por favor!». Así y todo, el rector de entonces declaró que actos como el nuestro constituían una provocación. Una década después hicieron algo parecido con Arcadi Espada en la Universitat de Tarragona. O sea, que lo que les han montado a Cayetana Álvarez de Toledo y Maite Pagazaurtundúa en la Universitat Autònoma de Barcelona no es algo insólito en los campus cataláunicos, conocidos por su violencia contra propios y extraños desde los tiempos de Atila el Hunet.

Acabo de leer un estupendo ensayo sobre Baroja de Juan Pedro Quiñonero, corresponsal de este diario en París, donde sugiere considerar el procés como la Cuarta Guerra Carlista. Discrepo: la Cuarta tuvo lugar entre 1936 y 1939, en paralelo con una tentativa de revolución bolchevique alentada por el PSOE desde octubre de 1934. La insurrección independentista de 2017, en todo caso, habría sido el comienzo de la Quinta. Quiñonero conoce la teoría de Santos Juliá sobre la guerra de nuestros padres. Según Juliá, esta habría consistido en varias guerras simultáneas o escalonadas desde el fracaso del golpe de Estado del 18 de julio: una guerra civil, varias guerras civiles dentro de la guerra civil y una guerra internacional entre el fascismo y las democracias. Yo matizaría: la nuestra fue una guerra internacional entre el fascismo y el bolchevismo contemplada a distancia por las democracias –todas neutrales– y también, según el episcopado español, una cruzada contra los enemigos de la Iglesia.

Me cuesta ver en el procés una guerra carlista. Falta algo esencial: la causa religiosa, que todavía existía en el carlismo catalán combatiente en el bando franquista. ¿Qué es el carlismo sin Dios? No es carlismo, sino otra cosa. Como aquel carlismo sin Rey que derivó en integrismo y en nacionalismo vasco. El separatismo catalán de hoy tiene otras fuentes: el nacionalismo integral plagiado a los maurrasianos (limpio de excrecencias monárquicas y forrado de etnicismo racial y lingüístico) y el populismo de izquierdas, que ha ido creciendo en las universidades públicas (obviamente, no sólo en las catalanas) al socaire de la autonomía universitaria. Es decir, de la chapuza legislativa que puso a toda la universidad pública española al margen de la ley común.

Sólo en la universidad pública española es posible agredir impunemente a candidatos de partidos democráticos que intentan exponer su programa ante los estudiantes. Lo que no es permisible en la calle se admite en la universidad. En mis cuarenta años de profesor en universidades públicas españolas he visto de todo: arrasar campus enteros en unas horas, estallar bombas e incluso asesinar catedráticos ante el silencio de rectores y decanos obsequiosos con los amigos e informadores de los terroristas. Y recuerdo muy bien cómo se inauguró en la Facultad de Económicas de Bilbao la Transición a la democracia. Con el boicot violento de los abertzales a un joven político que trataba de exponer allí sus propuestas. Yo estaba presente. Le montaron algo muy parecido, si no idéntico, a lo del pasado jueves en la Universitat Autònoma de Barcelona, más de cuarenta años después, contra Cayetana y Maite. El joven político en cuestión era del PSOE. Se llamaba Felipe González Márquez.